Presentación del libro de Lola López Mondéjar:

 Psicoanálisis y literatura. Si digo agua, beberé?

De nuevo aquí, gozoso y feliz de haber vuelto a ser invitado para presentarle este libro, Literatura y psicoanálisis. Si digo agua, beberé?, de mi amiga y colega Lola Lopez Mondéjar.

Lola piensa y escribe lo que piensa. Escribe novelas y escribe ensayos. A veces, como en su última incursión antes, o ¿fue después?, de este libro hace novelas ensayo y le sale “Cada noche, cada noche”, que ha creado tendencia en el pensamiento feminista actual.

Bueno, pues cuando no escribe novelas, Lola escribe ensayos. Lola tiene un taller de escritura desde hace muchos años y creo que en ese espacio ella se cruza con la investigadora que es y trama ensayos que beben de la literatura y se sirven del psicoanálisis para seguir pensando.

Ya lo ha hecho en otras ocasiones y ahora repite de nuevo por tercera vez.

Por suerte para nosotros cuando Lola repite no solo repite sino que en la repetición misma crea un nuevo ritmo y da un paso más allá.

Literatura y psicoanálisis es un paso más allá de Lola.

Lola es una gran lectora, como Borges que decía que se vanagloriaba más de lo leido que de lo escrito, Lola es una gran lectora. Prueba de ello son las más de 250 referencias bibliográficas que figuran al final de este libro que hoy nos ocupa.

Hay gente que cree que escribir es simplemente poner negro sobre blanco ideas.

Y no, escribir es primero leer, escuchar a otros pensar y permitirnos pensar con ellos, y al final, solo al final, permitirnos exponer nuestras ideas en escritura propia. Lola es un ejemplo de esto.

Déjenme ahora continuar con lo que es la propia presentación de este libro.

En primer lugar y en el primer capítulo llama la atención la insistencia de Lola en mantener viva su tesis inicial, la función autor, esa que ella creó hace ya años y que sostiene con tesón, si bien ahora añade aspectos nuevos. Se pregunta por su fracaso y que hace que los autores dejen de escribir, nuevo en ella.

Pero primero perfila con Sandor Ferenzci y Andre Green, sobre todo, esa función, la función creativa escritora, producto de una escisión en el yo del creador que se dedica a cuidar al niño dañado  que fue, creando y contándole cuentos que le permitan no deprimirse.

Esa función de autoreparación es capital y cara para Lola, el incremento de la actividad imaginativa, el recurso a la fantasía como fuente de placer y confort, situándolo en el espacio transicional winnicottiano tan querido por mí.

Cuando esta función falla aparece la depresión, los trastornos del estado de ánimo en ellos que, a veces, les llevan a no poder escribir y otras, las menos, a no poder vivir.

Dado que al no clausurar sus problemas con una identidad fuerte, según piensa Lola, sino permanecer en una fragmentada y disociada que les permite, cuando triunfan, crear y cuando no sumirse en estados de ánimo depresivo importantes.

La obra repara, a veces incluso sin llegar a ser publicada, otras veces uno se convierte en la obra misma, Lola menciona a Dalí o el dandismo de Oscar Wilde, otros sufren el abatimiento literario y dejan de escribir, por último unos pocos se entregan a una necesidad extrema de absoluto que les acaba sorbiendo la vida.

La pregunta aquí es pertinente. Y los demás? Los que no nos salvamos con la maldición que salva que es escribir, ´como nos salvamos Lola?

Lola me proponía que hiciéramos aquí un dialogo y a mí me cuesta entresacar las preguntas del texto, así que voy a ir presentando el texto y las preguntas irán surgiendo creo en dialogo con él.

En el segundo capítulo se pregunta por la relación entre el nacimiento de la escritura y de la subjetividad para decirnos que aunque la emergencia del yo es escritura en la cultura occidental, ya un egipcio escribió un texto llamado “el hombre que estaba cansado de vivir”, para mostrarnos como la subjetividad ha pulsado por escriturarse desde mucho antes.

Pero es en la autobiografía donde Lola piensa que nuestra identidad se revela al ser puesta a prueba y que es desde allí que partiendo del yo se llega al sí mismo en relación con los otros.

El que escribe no es solo aunque solo lo haga.

Y compara la escritura con la función analítica en la procura de sentido que ambas pretenden. De esto supongo que hablará más Felix Crespo especializado en la narratividad como terapia. Yo solo me quedaré de este capítulo ahora con unas lineas en las que Lola habla de sí como escritora:

“El sujeto como archipiélago, como conjunto de islas separadas entre sí por un océano profundo. Mi yo es tanto ese océano como esas islas. En ellas soy una imagen, una función, un rol, una emoción, una experiencia. Invento una unidad confortable que permite la acción, la contractualidad con los otros. En el océano floto a la deriva, arrastrada por la marea de unas aguas azules, verdes o profundamente grises. La creación surge de ese océano.

Me interesa ese océano, habitado por peces abisales que pueden tragarme.

Y aquí la pregunta que dejo hace al mismo lugar. ¿cómo se construyen otros si no acuden a la escritura, ni al análisis? De verdad les basta con su identidad fija y no precisan de la creación? Es posible vivir sin crear o sin recrear?

Tercer capítulo, anunciado justamente por este párrafo anterior de Lola, si de océanos se trataba de sentimiento oceánico se trata ahora, ese en el que Freud no creía, referido a la poesía y la mística.

De despojamiento, de desprendimiento de la identidad y del deseo, al modo occidental, de eso que los orientales hacen a través del zen.

Otros bucean en oriente para pensar ese sentimiento, Lola lo hace en Occidente, influenciada por Lacan creo, a través de los místicos, esos que van y vuelven a un lugar de locura pero que ellos hacen con garantía de retorno.

Nuestros místicos, Santa Teresa, San juan de la Cruz, y Juana de la Encarnación sobre todo.

Lola los sigue y los piensa desde un posición eminentemente analítica, con respeto y admiración pero críticamente, pensando el sentimiento oceánico como un deseo de retorno al seno materno, al amor primario, pero puesto este en un presente religioso y en un futuro porvenir.

Hundiéndose con Juana en este “mar profundísimo de inmensidad” Lola nos lleva hasta esa escisión, esa duplicación que los místicos proponen entre un yo sumido en la experiencia y otra parte del si mismo observándose sentir y contándonoslo en un ir y venir que les permite no hundirse sino navegar, al modo en que lo hacía Joyce según Jung.

Aquí la pregunta se me repite, de verdad se puede no comulgar con ellos en esta búsqueda, de verdad cada uno de nosotros no tiene ese vaivén entre locura y cordura, de verdad se puede vivir sano siendo solo cuerdo?

Capítulo cuarto. Feminidad y locura.

He cabalgado caballos sin sombra y los otros que me han visto correr sin bridas me han considerado loca. Esta frase de Alda Merini Me recuerda esa otra frase de “los que no oían la música llamaban locos a los que veían bailar”.

Entramos en materia, en dialogo controvertido con el psicoanálisis tradicional.

Lola recurre a las series complementarias freudianas para darse una capa de respetabilidad. Son ellas, esas circunstancias particulares de cada cual las que complementarán para dar un resultado más o menos sano o loco.

Y claro, en el caso de las mujeres una serie complementaria aplastante son las condiciones que procuran los imperativos patriarcales.

Siendo, como dice Lola, el quantum de diferencia tolerable para el patriarcado, en el caso de las mujeres, menor que en los hombres.

Toma de Almudena Hernando una distinción brillante y fecunda que habla de individualidad para los hombres y de una identidad relacional para las mujeres en nuestras sociedades; ellos, nosotros, empujados a quedar más solos en nuestra competitividad y ellas ocupándose de las relaciones, en los vínculos afectivos, en el cuidado y en el grupo, fatal destino divisorio al que nos abocó esta nuestra civilización.

Pero invidualizarse supone también subjetivarse, autorizarse, en el sentido de  legitimar las propias producciones y exponerlas y en la mujer estas cosas se ven dificultadas por la identidad más relacional que el patriarcado les ha reservado.

Subjetivarse entonces supone para las mujeres desidentificarse de lo aprendido, elaborar una individualidad, independizándose de una identidad relacional, constituyendo ello una fuerte transgresión.

Que capricho, que locura como reza el poema de Ruben Dario. Que escisión, que disociación propone Lola, que parto este el más difícil quizás de todos. Parirse, partirse, autorizarse ser lo que siempre le dijeron no debían ser, olvidando “las virtudes que convienen a su sexo”.

Lo que enfermó a las histéricas, dice Lola, es la sujeción a la norma, ese condicionamiento de género que le impone ser seductoras, sexuales y dependientes. Funcionando la identificación de las mujeres con los valores convencionales de la feminidad como un corsé castrador y limitante que las enferma a ellas… y a nosotros también.

La mística de la feminidad como corsé insoportable , como cárcel, como malestar que lleva al suicidio y a la locura.

Ese “madresposa” antagonista de la intelectual llevó a muchas mujeres transgresoras y escritoras, sostiene Lola, a la locura, cuando no al suicidio, mostrando la loca esta dislocación entre la mujer ángel y el monstruo, entre la mujer sometida y la mujer autónoma.

Ser una mujer libre y autónoma, como un hombre, que envidia por dios!, envidia del pene dirán los viejos y caducos freudianos que no supieron leer más allá de su propia masculinidad, unas reivindicaciones que apuntan a un universo donde la diferencia se dirima de otra manera no binaria y no fálica. Porque freudiánamente, les recuerdo, fálica es solo una fase infantil de la que se tiene que salir antes de entrar en un Edipo civilizador freudiano, entendido este no de la manera tradicional.

Lola se pregunta si en algunos casos el matrimonio tradicional es un estabilizador, cárcel pero refugio cuando la pregunta de quién soy es una pregunta arriesgada y más cuando a uno le dicen que lo que tiene que ser y que para de verdad ser, tiene que transgredir; mujeres, homosexuales, hombres “poco viriles” sabemos bien de eso.

Y es que abandonar los estereotipos de genero “enferma” o mejor dicho, en términos de Winnicott, enloquece, pero les recuerdo que para Winnicott estar loco no era lo mismo que estar enfermo y para él estar solamente sano era empobrecedor.

Y es que si crear provoca, al decir de Lola, una errancia desidentificativa que agudiza la experiencia de fragmentación, crearse uno mismo más allá de los roles establecidos, también.

Termina este capítulo con esa tranquilidad que dan la etiquetas diagnósticas. A veces es preferible tener una, antes que arriesgarse a construirse un lugar en el mundo, en el caso de los escritores a través de sus escritos que no les curan, pero les reparan, les permiten vivir pero no sin dolor, ni malestares de los que se nutren repulsivamente para seguir escribiendo.

Lola está todo el tiempo en lucha con el tiempo. No ceja, no descansa, se pregunta una y otra vez como ser más allá de las ordenes del patriarcado que nos ha tocado vivir y m pregunta perdura, se puede vivir de verdad de otra manera, se puede vivir en paz con lo que nos han legado sin querer cambiarlo?

Pasa luego a plantearse la escritura en términos binarios  de escritura masculina/escritura femenina. El sexo de los ángeles.

De la literatura de mujeres se ha dicho (pilar Vicente) que tiene las siguientes características: búsqueda del yo y uso predominante de la primera persona, forma intimista y cercana de narrar, literatura de compromiso y complicidad con las demás mujeres. Por otra parte Carmen Riera dice que  las mujeres se interrogan por ellas mismas y para descubrirse rememoran su infancia, observándose en el espejo primero para mirar el entorno y lo cotidiano después, pero esperen, alto, eso no es lo que hacen los pacientes en análisis?

La pregunta ahora me surge aquí antes de acabar el capítulo:

Acaso cuando nos analizamos ocupamos posiciones femeninas o nos ocupamos de temas eminentemente femeninos? … Debe ser porque la autora dice que los hombres no se interrogan sobre sí mismos porque saben que pertenecen al grupo de los dominadores.

Analizarse entonces, reconocer que no se forma parte de ese grupo de los dominadores, de los machos, de los amos, analizarse es un acto femenino, de lo que “lo femenino” tiene de interrogación, cuestionamiento de lo establecido y cuestionamiento de uno mismo.

Será el analista entonces el macho de la pareja analítica?

Eso pretendía Freud, el macho alfa, el padre, ese que sabe.

Pero resulta que hace tiempo que sabemos, por el mismo Freud incluso, que él ocupaba esa posición porque no podía ocupar otra, no sabía, no resonaba con otra; preservar su autoridad, su potencia creía él, su falo imaginario diríamos ahora, era lo más importante para él.

Pero ya no, igual que muestra Lola, como veremos en el capítulo siguiente, lo femenino ha dejado de ser solo patrimonio de las mujeres, si es que alguna vez lo fue del todo, y lo masculino también solo de los hombres.

Las pequeñas diferencias se hacen mestizas y nos acompañan a unos y otros, la bisexualidad inicial retorna ahora, afortunadamente, porque no hacen ya tanta falta las diferencias insalvables, el continente negro nos pertenece también a nosotros, un cacho por lo menos.

Pero debo ser disciplinado, soy un hombre, y debo volver al texto que se me ha invitado a presentar. Aunque como nos recuerda Lola con Soledad Puertolas “es que yo cuando escribo no soy mujer (no soy hombre diría yo). En ese sentido soy también hombre (mujer diría yo). Soy de todo!

Y es que continua Lola, si estás cosas valían para el XIX y el XX, ya no están tan claras en el siglo XXI y muchos hombres se feminizan, eso sí, no sin temor de volverse afeminados pero tampoco sin el orgullo de recuperar una parte que les era propia pero reprimida y olvidada.

Y eso es algo que se imponen en los textos trascendiendo el binarismo al que habíamos llegado. El canon occidental, blanco, burgués y exclusivamente masculino, elitista y exclusivista se resquebraja, dado que como dice y sostiene Lola, el creador escribe desde un lugar híbrido, siendo ese el origen intrapsiquico de la escritura, …como el lugar del análisis también, donde los hombres lloran y las mujeres dicen tacos. Porque las identificaciones masculinas y femeninas forman parte de las capas de nuestra cebolla yoica, identificaciones activas y pasivas, blandas y duras, rosas y azules, manifiestas unas, reprimidas, disociadas?, otras. Identificaciones bisexuales preedipicas le llama Lola.

Marcas que se gestan en los dos primeros años de vida en función de como somos mirados, deseados y consentidos, mezclado ello con nuestro propio hacer.

Cada uno, hombre o mujer , es “una respuesta distinta a este magma identitario mixto”, mestizo y plural añado yo porque si solo existe el binarismo, los ceros y los unos, la presencia y la ausencia, de lado estamos dejando el espacio intermedio, el espacio transicional, ese creado entre dos que nos determina a crear espacios híbridos en los que la cultura, el descanso, el placer compartido, las artes, lo más genuino el ser humano se dé. Lo dejo ahí para que mi amiga Lola lo retome en su próxima publicación y se atreva a tomarlo como el espacio sobreinclusivo que es.

Porque si el escritor prefiere el destino nómada a las identificaciones fijas en las que se encuentra incomodo quizás él sea el que mejor habita el espacio transicional, el que recoge lo mejor de unos y otros y jugando con ello nos permite jugar a nosotros también. Arrimando el ascua a mi sardina, no lo puedo evitar.

Lola apunta a que la fuente del creador es andrógina yo le invito a pensar(ya lo hace ella entre paréntesis al principio del capítulo uno) si no será también transicional, intermedia entre el adentro y el afuera, entre el tú y el yo, heredera de ese espacio creado para dar cabida a la cultura y disfrutar de ella, ese espacio que es el transicional. Porque como Lola misma dice “las diferencias anatómicas y psicológicas que se derivan de las diferencias genéticas entre hombres y mujeres son muy débiles en comparación con lo que ambos tienen en común”.

Se escribe desde la raíz, y en la raíz solo reside lo humano nos recuerda Lola con Salas, y nada más humano que el campo de la cultura, de la ciencia, de las artes y de la espiritualidad, herederos del lugar del juego y descendiente directo del espacio tansicional.

Lo dejo aquí, me he separado de la tesis principal de mi colega pero creo que no le habrá importado que lo haya hecho.

Me voy al siguiente capítulo que me gustó particularmente desde el momento que lo leí, antes de su aparición en este libro.

Ese donde los hombres se vuelven vacilantes hacia la pregunta que era femenina por excelencia ¿qué es ser una mujer? antes, y ahora ¿qué es ser hombre, hoy?

Si antes esa pregunta era solo patrimonio de las mujeres, dado lo claro que el patriarcado se lo hacia tener a los hombre, ahora ya no.

Las cosas no están tan claras ya ni en lo social, ni en lo político dice Lola. “Pues si hasta el XIX todavía podía mantenerse una distinción general entre una literatura escrita por hombres, que mantiene un tono de autoridad, con predominio de narradores omniscientes y ampliación de la trama espacial y temporalmente ; y una literatura escrita por mujeres más comprometidas con la primera persona y con una sensibilidad cercana a lo cotidiano y al territorio de lo doméstico, reflejo e la inserción  y del papel social de unos y de otras, de las diferentes identidades que caracterizan a uno y otro genero en el patriarcado, a partir del siglo XX y sobre todo en el XXI” las cosas se complican.

Muchas escritoras se masculinizan y muchos se feminizan. Y el cajón occidental, blanco, burgués y exclusivamente masculino, elitista y exclusivo comienza a aparecer mas queer que nunca, afortunadamente.

Les recuerdo, yo con Lola , que la bisexualidad está en todos nosotros, aunque más o menos reprimida en una de sus partes. Y que uno puede apoyarse en unas u otras identificaciones para iniciar y llevar a delante un proceso de creación.

Apostando Lola por una fuente de creatividad andrógina. Nos recuerda con Salas que se escribe desde la raíz y en la raíz solo existe lo humano.

Termina Lola apuntando a que la incertidumbre que los efectos de la igualdad hombre/mujer ha instalado en la identidad masculina, nos hace volver la mirada hacia un yo vacilante y no autoafirmativo, un yo subordinado para preguntarse, como en un análisis, o en una psicoterapia, ¿qué es un hombre hoy?

El capítulo 6 insiste en esa feminización de la escritura, ese proceso de introspección que en los hombres se ha iniciado.

Los escritores que analiza crean personajes masculinos de mayor vulnerabilidad, que muestran su fragilidad en distintos aspectos de la vida, así como sus dudas, sus incertidumbres, incluso, oh anatema, una dependencia de algunas mujeres.

Indagan en su sensibilidad sin asustarse de ella, en busca de una respuesta a la pregunta sobre su identidad hasta ahora reservada a las mujeres (a los terapeutas y los atrevidos que se pongan en terapia añado yo).

Hombres taciturnos que vacilan , que dudan sobre el ejerció de la paternidad, conscientes de sus contradicciones internas respecto a los roles patriarcales aprendidos y los nuevos roles exigidos desde la igualdad por sus compañeros sentimentales y que acaban sufriendo la misma invisibilidad al ejercer de padres que las mujeres al ejercer de madres.

Hombres que lloran, ya era hora,  que se niegan a negarse el dolor, bienvenidos por fin a la esfera pública los sentimientos en ellos. Empujados por la lucha por la igualdad de las mujeres, dice Lola, ellos liberan una parte de sí, elidida, reprimida, censurada y denostada.

Acaba Lola recordándonos que si la literatura tiene como finalidad representar lo humano y que si el ser humano se ha transformado a lo largo de la historia, esos cambios han de trasladarse a sus obras y así está sucediendo.

Y aquí mi pregunta es para nosotros, donde estábamos antes de estar con ellas? Tuvieron que venir a conmovernos de nuestra torres, yo creo que siempre ha habido mujeres que  han conmovido la masculinidad de los hombres y que estos no aparecían más públicamente por vergüenza, quizás ya no haga falta esconderse y se pueda salir de ese armario, ahora sí gracias al empuje femenino.

Capítulo séptimo.

La monstruosidad. Un largo análisis de las figuras del mal y la monstruosidad a lo largo de la literatura y los horrores de los últimos tiempos. ¿somos malos, nos hacemos malos, nos hacen malos?.

Tres ejes dice Lola que toma: de la divalencia maniquea a la ambivalencia depresiva, de la externalización del mal a su interiorización/introyección y de lo demoniaco a la banalidad del mal.

El monstruo tranquiliza, pone en otros lo que podría ser nuestro. El monstruo pone orden en el caos y externaliza lo temido, nosotros no somos como ellos.

Del mismo modo que el bebé pone en el mundo todo lo malo, siendo todo lo bueno parte de su yo, partiendo en sus comienzos de un yo placer purificado, las civilizaciones han hecho lo mismo; malo: el enemigo ese sí que sí merece todo nuestro rechazo. Desde la Odisea pasando por Shakespeare con su Edmundo, su Yago y su Macbeth hasta Moby dick el mal está afuera, es otro.

Pasa luego Lola a Frankenstein y a proponer el monstruo por desamor. Si bien la culpa la sufre su creador, la maldad en el este tipo de monstruos es activada por el maltrato del mundo exterior. Ferenzci no está lejos en el sentido de que  uno queda marcado y disociado en su yo e identificado con el maltratador, cuando es abusado sexualmente, maltratado agresivamente o abandonado.

La falta de calor humano provocaría el mal, con Winnicott también Lola nos recuerda que el desamparo tiene, con suerte, como reacción el robo y las conductas antisociales como un modo de reclamar lo que por derecho no se tuvo.

Dije afortunadamente porque, en estos casos, al menos el sujeto puede reaccionar y darnos pistas sobre su dolor y su sentimiento de desamparo, peor el marasmo en el que algunos quedan sumidos que les impide toda reacción.

Siendo la escisión la disociación el precio a pagar, resultando la interiorización la solución mala, peor sería la locura que no escinde sino que destruye el mundo interno. Bienvenido entonces ese ser bifronte que representa el doctor Yekill y Mr Hyde, esa figura creada por Stevenson que junto con Frankenstein viene a visitarnos con Lola y la modernidad.

Dracula se asoma ahora a las páginas y nos aterroriza con la idea de ponernos a su servicio prometiéndonos una vida eterna, una vida eterna de mierda sin ver nunca la luz, al igual que el mundo moderno nos seduce con sus cantos de sirena proponiéndonos una vida “felizmente entretenida” como compensación por chuparnos la sangre cada día.

El corornel Kurtz y el horror, el horror nos recuerda Lola es lo que nos espera si nos alejamos del mundo civilizado que hemos creado. Y nos recuerda, con tino, como El corazón de la tinieblas es la respuesta de Joseph Conrad, la lúcida respuesta de un escritor, a la conquista del Congo que Leopoldo II de Bélgica llevó a cabo con la famosa frase puesta en boca, por Conrad, del coronel Kurtz: “Exterminad a todos los salvajes”.

O sea que el monstruo viene de la mano del más civilizado espíritu occidental y no responde más que a nuestras ansias de llevar la civilización, la nuestra claro, a los pobres salvajes, a los que, o se someten a nosotros, o serán exterminados.

El horror, el horror somos entonces nosotros en una vuelta de tuerca. Hemos resultado ser, nosotros los civilizados, los salvajes que han chupado la sangre al mundo. Europa está construida sobre los cadáveres de todos esos supuestos salvajes, del mismo modo que sobre las espaldas del trabajo impagado e invisibilizado de las mujeres.

El señor de las moscas, vaya pedazo paseo que nos da Lola en este capítulo, pone de nuevo el mal en lo salvaje y en el alejamiento de las normas de una civilización.

Y aparece Freud con el malestar en la civilización, mal llamada por estos lares el malestar en la cultura, para recordarnos que el mal existe en nosotros y se llama pulsión de muerte, que dejado el ser humano a su albedrío conjugará mal y dará lugar a una desmezcla que desatará la violencia como descarga y la destrucción como modo de imponerse al otro.

Malestar de la civilización diría yo, la cultura nos lleva a otro lugar, heredera del espacio transicional, ella nos permite compartir en paz y con placer, esa es al menos mi visión con winnicott y Castoriadis.

La banalidad del mal hace su aparición. El “yo solo cumplía ordenes”. La ausencia de la asunción de la responsabilidad que acompaña a ausencia del sentimiento de culpa, inscrito este en nuestro inconsciente a fuego cuando conseguimos cierto grado de humanización según Freud; pues bien su ausencia hace su aparición en el mundo moderno con el nazismo, Cinta blanca mediante, y nos lleva desde allí hasta los yemenes rojos y hasta aquel piloto asesino suicida, por qué no invirtió el orden? cuyo nombre prefiero olvidar.

Mal vivido el espacio transicional este no da lugar a un espacio de juego y mutualidad que preanuncia la cultura como bien a compartir, sino que se crea entonces un pseudo espacio de juego en el que los juegos perversos y psicopáticos tiene toda su cabida y su radicalización. Mal cagado, perdón, mal cuidado uno no es capaz de interiorizar asco y vergüenza y aparece lo grotesco y lo abyecto que se desparrama como niño mal limpiado.

“Fintas en las fintas de las fintas” que se decía en Dune hace Lola para conducirnos por el mal y sus caras. De externo a interno el mal ha ido con ese transito justificándose. Está en todos nosotros mezclado y aún no tenemos claro su origen, ni su destino, pero con la autora hemos hecho un apasionante recorrido.

Y culmina el libro con un capítulo sobre el amor y la sexualidad en la senectud, en los hombres mayores de 60, a través del análisis de 6 novelas de seis grandes autores.

Partiendo del mito de la bella durmiente Lola propone un recorrido progresivo desde la utilización de la mujer como objeto para recuperar la revitalización del propio cuerpo, vampíricamente, pasando por su capacidad de proporcionar el perdón y la calma espiritual en el varón, hasta un posible, y deseable, reconocimiento de la alteridad.

A través del reconocimiento de la pujanza del deseo erótico que se va perdiendo y la consiguiente agresividad o la melancolía que ello comporta si no se encuentra otra vía, entre la culpa y el placer, Lola va desgranando las novelas de esos hombres  rijosos que se aferran a la vida a través de ellas y niegan con ello su envejecimiento, dominados por lo que les cuelga al nacer, olvidan la reciprocidad necesaria inventándola a veces con el olvido de las evidentes desigualdades.

La pérdida de lo que Lola denomina dignidad nos coloca frente a lo que temido se vuelve amo absoluto cercano, esa muerte que anuncia la decrepitud y provoca el resurgimiento de un deseo que, equivoco, busca más su antiguo ser que un nuevo camino que el viejo tendrá que construir.

Y si el tiempo es el gran sanador como nos recuerda Costello de Coetzee, este es también el gran ganador, frente a él la pérdida es inevitable.

Y frente a ello, frente al tiempo, puede aparecer en el hombre, a veces, una posición femenina de ponerse a disposición del otro en una entrega paternalista que en todas las novelas reseñadas olvida a los hijos y que sería, así lo pienso yo, el lugar en el que esa feminización adquiría realmente su sentido, paternalista, pero sentido al fin.

Por último, la oportunidad de compartir con la pareja el perdón mutuo y el mutuo cuidado, es lo que Lola me parece que propone a los hombres de edad, para superar la herida narcisista que en esta sociedad les supone esa pérdida de potencia fálica tan adorada por nuestra civilización y que yo les recuerdo es solo una fase del desarrollo a superar.

Muchas gracias, Lola, por este apasionante recorrido por la literatura, el psicoanálisis y el deseo de las mujeres y los hombres por entenderse más allá de sus pequeñas diferencias.

Pablo J. Juan Maestre.
pjjuanm@gmail.com
Psicoanalista.
Murcia, Abril de 2018.