Cuarta parte de la “Crónica de la psicodeflación” de Franco “Bifo” Berardi. Original publicado el 17 de abril de 2020.
4 de abril
Lucia encontró una foto en blanco y negro y me la envió por teléfono.
En la foto, una mujer joven, bellísima, vestida como lo hacían las chicas en días de fiesta en los años treinta. Hay una niña con ella. Al fondo un edificio que reconozco fácilmente. La mujer y la niña caminan por Ugo Bassi, al fondo se encuentra el frontón triangular del edificio que divide el Pratello San Felice. La joven mira al frente, con una mirada ligeramente ausente, y la niña como agarrando su mano, parece exigir atención, pero la mujer no la mira, no se vuelve hacia ella, mira hacia adelante, a lo lejos.
Esa mujer es mi madre, y la niña es su prima María.
Inmediatamente me pregunté quién tomó esa foto, quién sostiene la cámara. Es Marcello, estoy seguro, su novio Marcello. El abuelo Ernesto permitió que Dora saliera con él los días de fiesta, pero solo si estaban acompañados por alguien, un hermano o una niña. Dora parece molesta, un poco altiva, quizás contrariada por la presencia no deseada de su primita. No se gira a mirarla, mira hacia él, hacia el fotógrafo que capturó ese instante. Mira a lo lejos, hacia el futuro que imagina, en ese día festivo de primavera a finales de los años treinta, cuando mi madre tenía poco más de veinte años, y la tragedia parecía estar muy lejos. Luego vino la tragedia de la guerra que devastó la vida y sacudió el futuro que ella estaba esperando.
6 de abril
“A grim calculus”.
El título del artículo de Economist de esta semana lo dice todo. “Grim” significa: sombrío, oscuro e incluso feroz. Un triste cálculo que nos vemos obligados a hacer.
Es fácil de entender el cálculo del que habla la revista que ha estado representando al pensamiento económico liberal durante un siglo y medio.
Cuánto nos costará la pandemia de coronavirus en términos económicos y qué tipo de razonamiento nos vemos obligados a hacer, teniendo que elegir entre dos decisiones alternativas: cerrarlo todo y paralizar casi por completo la producción, distribución, es decir toda la maquinaria económica, o aceptar la posibilidad de una hecatombe.
Leí en la revista de Londres: «El gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, ha declarado que no debemos poner precio a la vida humana. Es la declaración de un hombre valiente en una situación que amenaza con hundir su Estado. Sin embargo, dejando de lado todo compromiso, Cuomo reivindica de hecho una opción que no tiene en cuenta las consecuencias que esto traerá al conjunto de la comunidad. Puede parecer despiadado, pero ponerle precio a la vida es exactamente lo que los líderes tendrán que hacer para encontrar una salida durante los atormentados meses que vendrán. Como en una unidad de cuidados intensivos, los compromisos son a veces inevitables […]. Por el momento, el esfuerzo para combatir el virus parece estar destinado a consumir todos nuestros recursos […]. En una guerra como en una pandemia, los líderes no pueden escapar al hecho de que cada acción impondrá grandes costos económicos y sociales […]. Este verano las economías sufrirán pérdidas de dos dígitos en términos de producto interior bruto. Los meses de confinamiento que las personas han vivido dañarán la cohesión social y su salud mental. Los meses de inactividad pueden costar a las economías europeas y americanas un tercio del producto interior, los mercados colapsarán y las inversiones serán aplazadas. La parada en la innovación debilitará la economía. Finalmente, el coste del distanciamiento social podría superar a los beneficios. Este es un aspecto de la elección que tenemos ante nosotros que nadie está listo para reconocer aún”.
Todo claro: The Economist nos pone frente a un razonamiento que puede parecer brutal, pero que es simplemente realista. Un titular en la revista dice “Hard-headed is not hard-hearted«. Tener la cabeza lúcida [no usa el sentido de obstinación] no significa tener un corazón de piedra.
¿Cómo negarlo? Gracias a la decisión de detener el flujo de actividad social y el ciclo de la economía, los dirigentes políticos han salvado, en efecto, millones de vidas en los próximos tres, seis, doce meses. Por otro lado, observa The Economist con una coherencia implacable, esto nos costará un número mucho mayor de vidas en un futuro próximo. Estamos evitando la hecatombe que podría significar para nosotros el virus, pero ¿qué escenarios preparamos para los próximos años, a escala mundial, en términos de desempleo, fragmentación de las cadenas de producción y distribución, en términos de deuda y quiebras, empobrecimiento y desesperación?
Detente por un momento.
El editorial de The Economist es razonable, coherente, irrefutable. Pero lo es únicamente en el contexto de criterios y prioridades que se corresponde con la forma económica que hemos llamado capitalismo. Una forma económica que hace que la asignación de recursos y la distribución de bienes dependan de la participación en la acumulación de capital. En otras palabras, hace que la posibilidad concreta de acceder a bienes útiles dependa de la posesión de valores monetarios abstractos.
Bien, este modelo que hizo posible movilizar enormes recursos para la construcción de la sociedad moderna se ha convertido hoy en una trampa lógica y práctica a la que no hemos sido capaces de encontrarle salida. Pero ahora la salida se ha impuesto, automáticamente, desafortunadamente con violencia. No la violencia de las revoluciones políticas, sino la violencia de un virus. No es la decisión consciente de las fuerzas dotadas de voluntad humana, sino la inserción de un corpúsculo heterogéneo como la avispa con respecto a la orquídea, un corpúsculo que comenzó a proliferar hasta que el organismo colectivo fue incapaz de comprender y desear, incapaz de producir, incapaz de continuar.
Todo esto ha detenido la reproducción, la absorción de enormes sumas de dinero que han revelado poco o ningún uso. Hemos dejado de consumir y producir, y ahora estamos aquí, mirando el cielo azul desde la ventana y nos preguntamos en qué acabará todo esto. Mal, muy mal, dice The Economist, para quien la interrupción del ciclo de crecimiento y acumulación parece ser un evento catastrófico que pagaremos con hambre, miseria y violencia.
Me permito estar en desacuerdo con la catástrofe de The Economist, porque me refiero a la palabra «catástrofe» de manera diferente, que en su etimología significa «movimiento que permite cambiar el punto de vista». Kata se puede traducir como más allá, y strophe significa moverse, desplazarse.
Así que fuimos más allá, finalmente hicimos ese movimiento que las luchas conscientes decididas y locuaces de los últimos cincuenta años no pudieron llevar a cabo. Todo se ha paralizado o casi todo, ahora se trata de reiniciar el proceso, pero de acuerdo con otro principio, el principio de utilidad y no el de la acumulación de lo abstracto. El principio de la equidad frugal para todos, no el de la competencia y la desigualdad.
¿Seremos capaces de desarrollar este principio para reiniciar la maquinaria, no esa maquinaria que funcionaba implacable, sino una más flexible, una maquinaria quizás un poco más inestable y ciertamente más frugal, más cercana?
¿Seremos capaces? No lo sé y, sobre todo, no sé a quién se referiría ese «nosotros» de mi pregunta. ¿Seremos capaces quienes?
Ya no más política, nada del arte de gobernar. Hoy la política es incapaz de cualquier gobierno y, sobre todo, es incapaz de comprender. Los políticos, los pobres, parecen descerebrados, tambaleantes, ansiosos.
El nuevo juego, el de la proliferación rizomática de corpúsculos ingobernables, requiere conocimiento, no voluntad.
Por lo tanto, ya no es el momento de la política, sino del conocimiento.
¿Y de qué conocimiento?
No del de los economistas, incapaces de salir de la casa de espejos de la valorización, que traduce el producto en términos abstractos de cálculo monetario y aumenta el volumen de destrucción para aumentar el volumen del valor abstracto. Sino un conocimiento concreto, un conocimiento que no traduce el beneficio en valor, sino en placer, en bienestar.
¿Necesitamos aviones de combate F35? No, no los necesitamos, son inútiles excepto para cuadrar las cuentas de una alianza militar igualmente inútil, para que los trabajadores trabajen se podrían producir latas de atún, mucho más útiles.
Y además con un solo avión de combate F35, ¿saben cuántas unidades de cuidados intensivos se pueden crear? Doscientas.
Lo sé, este discurso son desvaríos de un extremista que no tienen en cuenta lo complejas que son las relaciones de interdependencia, etc. Bien, me callaré y escuchemos el discurso de los realistas que repiten la canción habitual: si queremos mantener la ocupación en los niveles actuales, tenemos que producir armas, ¿verdad ?, eso dicen los realistas de The Economist y los de la derecha y la izquierda. .
Así que seguiremos fabricando armas para que todas esas personas trabajen ocho, nueve horas al día. Y dentro de un mes o un año a partir de la epidemia, llegará la miseria masiva y luego la guerra. Y la extinción, a la que esta vez solo hemos visto las orejas, nos encontrará sobre su hermoso caballo blanco como en el triunfo de la muerte que puede verse en Palermo en el Palacio Abatellis.
¿Qué pasa si en cambio decidimos hacer que las personas trabajen solo el tiempo necesario para producir lo que es útil? ¿Qué pasa si les damos a todos un ingreso independientemente del tiempo de trabajo (inútil)?
¿Qué pasa si dejamos de pagar por los aviones inútiles que ya hemos comprado? ¿Qué pasa si nos pasamos por el forro los lazos internacionales que nos obligan a pagar sumas enormes dedicadas a la guerra?
Aquí: este discurso ya no son los desvaríos de un extremista, sino el único realismo posible. There is no alternative ?
Mi amiga Penny me escribió desde Londres: «Tan solo me siento y escribo, esta vida extraña se ha vuelto familiar y relajante, pero siempre hay calma antes de la tormenta».
Siempre hay un extraño silencio antes de que estalle la tormenta. Como si dijera: lo divertido vendrá cuando el virus se retire cansado. En ese punto, los tontos pensarán que es hora de volver a la normalidad.
Los sabios se preparan para la mayor de las tormentas.
7 de abril
Después de dos meses de ausencia casi total, el asma ha regresado hoy y me ha perseguido todo el día. Acostado en la cama jadeé sin oxígeno y sin fuerzas para hacer nada.
Por la noche salgo a tirar la basura: la orgánica, el vidrio, la no diferenciada. Camino lentamente por la pequeña plaza de debajo de casa. El San Donato Best Western Hotel está cerrado, con las persianas echadas. Camino un poco por Zamboni para ver las torres. No hay nadie en esta calle donde, desde el siglo XII, en primavera, se juntan para ligar los y las estudiantes.
8 de abril
Me tomo el café y miro hacia la plaza soleada. Incluso hoy está esa chica que aparece por debajo del Voltone [arcada que cruza bajo el Palazzo del Podestà, atracción turística en Bolonia, famosa por su peculiar efecto acústico], puede que viva sola en un estudio en Via del Carro. Tiene un traje negro con bordes amarillos, sostiene su móvil en la mano y hace movimientos de gimnasta. Movimientos un poco torpes, levanta la pierna derecha y permanece así durante unos segundos, pero el móvil llama su atención y luego levanta la pierna izquierda mirando el móvil, luego gira hacia la pared, apoya los brazos y realiza algunos movimientos adelante y atrás con la cabeza Mi teléfono suena, me alejo. Me llaman desde Milán para preguntar si todavía puedo enviar hoy una grabación para Radio Virus.
Vuelvo a la ventana, la chica ya no está.
Si no fuera por que Su representante terrenal prohibió considerar la enfermedad como un castigo de Dios, asumiría que el Señor es un vejete ingenioso. Primero mandó a Johnson a la UCI, luego también al ministro homófobo Litzman del Estado de Israel.
Desafortunadamente, esta es la única noticia reconfortante que llega desde ese país de racistas. Por lo demás, la crónica política israelí habla de la interminable pelea entre el torturador Ganz, el corrupto Netanyahu y ese nazi de Lieberman. Tal vez irán a las cuartas elecciones en un año mientras el mundo se hace añicos a su alrededor y ellos están demasiado ocupados peleando entre si para darse cuenta.
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) con sede en Ginebra, la pandemia provocará un aumento del desempleo de alrededor de 25 millones en el próximo año. En los Estados Unidos ha habido más de diez millones de despidos en dos semanas, y se espera que el número aumente en los próximos días. Estos son números sin precedentes, para usar una de las expresiones más populares de estos días.
Las políticas económicas tradicionales no serán suficientes para hacer frente a un fenómeno de estas características. O recurriremos a la marginación violenta de una gran parte de la población, de los miserables que arman jaleo a las afueras de la urbe, o abandonamos todo el discurso de la economía moderna, la vieja utopía del pleno empleo, el prejuicio del trabajo asalariado y volvemos a comenzar literalmente desde cero. Solo nos queda una certeza: el conocimiento científico acumulado, y sobre todo la potencia viva del trabajo cognitivo, de la invención técnica y de la palabra poética.
Pero el criterio económico que ha regulado las relaciones y las prioridades hasta ahora ha enloquecido definitivamente, está fuera de servicio. Y para siempre
Porque si tratamos de restablecer la antigua relación entre quienes tienen riqueza y quienes tienen que trabajar para ganarse la vida, entonces la miseria está destinada a generar ríos de violencia, desempleo para alimentar desesperados ejércitos dispuestos a cualquier cosa.
Será cuestión de requisar espacios y estructuras de producción.
Será cuestión de regular el acceso a los recursos disponibles en condiciones de igualdad.
No podemos perder el tiempo en la ilusión de volver a la normalidad pasada, porque esta ilusión corre el riesgo de arrastrar lo que queda a una espiral de devastación sin retorno. Lo que los consumidores esperaban en los últimos cincuenta años se ha ido y no debe regresar. Es el sistema de expectativas el que debe cambiar radicalmente.
Si me pidieran que señalase un evento, una fecha y un lugar que esté en el origen del apocalipsis, diría que ese evento es la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro en junio de 1992. Por primera vez, las grandes naciones se encontraron para evaluar la necesidad de abordar los peligros que el crecimiento económico comenzaba a revelar. En esa ocasión, el presidente de los Estados Unidos, George Bush padre, declaró que «el nivel de vida de los estadounidenses no puede ser objeto de negociación».
Todos estamos pagando por su orgullo, que tal vez es inherente a la existencia misma de esa nación nacida del genocidio, y cuya riqueza depende de la deportación, la esclavitud, la guerra y la rapiña de los recursos y el trabajo de otros. Esa nación pronto enfrentará una devastadora guerra interna y, merecidamente, no sobrevivirá.
9 de abril
Después de un mes de reclusión, y sobre todo de incertidumbre sobre la salida próxima de la situación, se percibe cierto nerviosismo en la voz de los amigos que llaman, y también en los testimonios escritos, o en los análisis que me llegan todos los días por docenas. Realmente no leo todo lo que me cae, pero leo mucho.
En una lista de correo llamada Neurogreen, hoy recibí un artículo de Laurie Penny, publicado en Italia por Internazionale, pero publicado en el original en la revista californiana WIRED, que durante muchos años ha sido líder de la imaginación digital, futurista y visionaria, y a la postre, ultraliberal.
Es extraño leer un artículo así en esa revista generalmente ultraoptimista, que ante todo es el relato de una experiencia bastante dramática vivida en primera persona. Laurie Penny se encuentra quién sabe dónde, lejos de casa, y se ve sorprendida por la tormenta viral. «El capitalismo no puede imaginar un futuro más allá de sí mismo que no sea una masacre total […]. La socialdemocracia se reintrodujo apresuradamente porque, parafraseando a Margaret Thatcher, realmente no hay alternativa «.
150 miembros de la familia real saudita están afectados por el virus.
Bernie Sanders se retira, Biden perderá las elecciones (¿o quizás las gane?) si llegan a celebrarse las elecciones estadounidenses.
Ocho médicos murieron en Gran Bretaña tratando a personas con el virus. Todos eran extranjeros: de Egipto, India, Nigeria, Pakistán, Sri Lanka y Sudán.
El cielo de Delhi está claro como no se ha visto en años. Por la noche se ven las estrellas.
Pero la patronal, Confindustria [Confederación General de la Industria Italiana], tiene prisa por reanudar la actividad económica, incluso si las noticias procedentes de China no son tranquilizadoras: Wuhan reabre, pero Heilongjiang cierra. La batalla contra el coronavirus es como tratar de vaciar el mar con un cubo: abrir por aquí, cerrar por allá.
Tal vez no deberíamos luchar en absoluto, porque la guerra se perdió al principio: deberíamos minimizar nuestros movimientos, deberíamos reconocer que el poder del que nos emborrachamos en la era moderna se ha agotado. Quienes más lo acusan son quienes más han creído y siguen creyendo en el poder ilimitado de la voluntad humana. Es comprensible que los humanos pataleen, quieran volver a tomar el cetro en sus manos, quieren gobernar su futuro ya que, engañándose a sí mismos, creían que en un pasado glorioso lo estaban haciendo. Pero el virus nos enseña que el poder ilimitado era un cuento de hadas y que el cuento de hadas ha terminado.
10 de abril
La ANPI (Associazione Nazionale Partigiani d’Italia) lanza la propuesta de hacer del 25 de abril una cita por la democracia. Acepto el llamamiento y estoy disponible para lo poco que pueda aportar. ¿Cantaré también el Himno de Mameli (el himno nacional italiano) al comienzo de las celebraciones?
Espero el 25 de abril con el mismo espíritu con el que espero la Misa de Pascua del Papa Francisco.
A pesar de mi ateísmo, me hizo bien escuchar a Francisco la otra noche en la plaza desierta. Con el mismo ánimo, participaré en el evento virtual del 25 de abril. La divinidad que adoran los demócratas es tan ilusoria como el dios de Francisco, pero me hará bien sentir la cercanía de un millón de personas.
11 de abril
En Via Castiglione, en las colinas de Bolonia, a dos kilómetros del centro de la ciudad, alguien filmó un jabalí con seis pequeños jabatos a rebufo.
En Bruselas, los holandeses reiteran que quienes necesitan dinero deben firmar una letra de cambio que diga: pagaré. Italia estuvo de acuerdo con los holandeses cuando en 2015 se trataba de imponer a Grecia el respeto a la ley de acreedores. Hoy es comprensible que Italia quiera evitar el tratamiento que se infligió a Grecia. Pero las nociones de deuda y crédito parecen hoy bastante deterioradas. La insolvencia parece destinada a destruir el sistema de comercio. Aquí también: no hay alternativa.
Hablando de Grecia, Stella y Dimitri nos esperan en la isla en julio. Durante más de diez años hemos estado alquilando una pequeña casa entre olivos. ¿Qué será del verano, los viajes, el mar? Billi y yo cambiamos de tema cuidadosamente. Tal vez no haya viajes este verano.
12 de abril
Después de la evidente grosería de Rutte y Hoekstra (Primer ministro y Ministro de finanzas holandeses), la señora Ursula (Presidenta de la Comisión Europea) intenta endulzarles la píldora a los italianos que están muy molestos por la avaricia más bien ofensiva de los holandeses. ¿Otorgarán un MES (Meccanismo Europeo di Stabilità) incondicional? ¿Los coronabonos ni se mencionan?
Sin embargo, todos están de acuerdo en una cosa: no debe haber borrón y cuenta nueva con el pasado. Lo he escuchado varias veces de los negociadores europeos.
¿Por qué hacer borrón y cuenta nueva les parece tan malo a todos? Quizás sería mejor resignarse a tener que partir de cero. «Chi ha avuto ha avuto ha avuto chi ha dato ha dato ha dato scurdammoce ‘o passato simm’e Napule paisà” [estrofa de la canción en napolitano SIMME ´E NAPOLI PAISÀ´: “Quien ha tenido, ha tenido, ha tenido,/quien dio, dio, dio,/olvidemos el pasado/ somos de Nápoles paisanos”]: aquí, para los economistas, la profunda sabiduría de estos versos napolitanos es incomprensible.
14 de abril
El viejo socialista Rino Formica, en una entrevista publicada por El Manifiesto, señala que no debemos creer que sobrevivir en este momento es más importante que pensar, como sugiere el lema latino primum vivere deinde philosophari. Si no filosofamos, observa el sensato Formica, corremos el riesgo de no saber después qué decisiones tomar para vivir.
Marco Bascetta, por su parte, siempre en El Manifiesto, publica una reflexión (confusa pero intrigante) sobre el mismo lema latino ligeramente modificado: «primum vivere deinde laborare«. Y con razón observa que sin vida no hay mercado.
Agamben ha escrito varias veces que, en nombre de la vida desnuda, estamos dispuestos a renunciar a la vida, y me acuerdo de otra máxima latina, que siempre he preferido a la mencionada por Formica: navigare necesse est, vivere non est necesse. ¿Qué vida vivimos si ya no podemos navegar?
Por segunda vez, el Presidente de los Estados Unidos ladra amenazando con suspender o cancelar la financiación de la Organización Mundial de la Salud porque dice que reaccionó lenta y erróneamente ante la inminencia de la pandemia, o tal vez porque tomó una posición prochina. También amenaza subrepticiamente con despedir al experto más autorizado en el sistema de salud estadounidense, el virólogo Anthony Fauci.
Desde su país, en los últimos días, han llegado fotos de sacos de plástico con cadáveres, que se arrojan a fosas comunes excavadas para quienes ni siquiera tienen los medios para pagarse un funeral y un entierro. Cerca de la cosmopolita metrópoli de Nueva York. Muchos se sorprendieron al pensar que esto es consecuencia del maldito virus, que obliga a los estadounidenses a renunciar a las debidas exequias y al respeto por el fallecido.
Es erróneo.
Esas fotos no son noticia, no tienen que ver con la epidemia.
En ese país, de hecho, aquellos que no tienen nada y mueren como un perro generalmente son enterrados de esa manera, por reclusos de alguna prisión que hacen de enterradores, en una fosa común en la fétida periferia de una ciudad riquísima. Es la normalidad a la que muchos desean regresar rápidamente.
15 de abril
En California, grupos de personas sin hogar ocupan apartamentos y casas en venta que nadie comprará en este momento. Es una noticia reconfortante. En Lagos, los ciudadanos de algunos barrios se arman para defenderse de las hordas de ladrones que acechan de noche, aprovechando el toque de queda. Es una noticia inquietante.
Pero quizás no se trate de la misma cuestión, quizás no sea el hecho de que en momentos como estos, en los tiempos que se avecinan, la propiedad privada se convierte en algo inestable, débil, frágil. Algo equívoco [Qualcosa di obliquo].
Leo en Facebook:
«Qué mal clima se ha creado.
Sales con una máscara y guantes para ir a la compra o por el periódico, y te das cuenta de que todos se miran con recelo y si alguien se acerca demasiado se da una actitud de pánico, casi de terror.
Si salimos de este virus, ¿también saldremos de este comportamiento?
No lo se
¿Nos miraremos ya para siempre de reojo [obliqui]? «