El filósofo surcoreano, afincado en Alemania, se detiene en reflexionar sobre aspectos de la posmodernidad que habitamos, transversales desde cualquier ángulo, tales como el smartphone, la inteligencia artificial o los selfies. El libro se llama No-cosas. Quiebras del mundo de hoy y lo publica Taurus.
Para introducirnos al mundo del smartphone, el mundo que habitamos los phonosapiens, nos trae una cita de Walter Benjamin, en su libro Infancia en Berlín hacia 1900, donde nos describe el aura del teléfono, un aura inquietante incluso siniestra que el cine negro supo recoger en escenas memorables.
El teléfono servía para comunicarse, a veces las noticias eran indeseadas, ahora el smartphone sirve, según BCH, para informar, no es tiempo de comunicación sino de información.
De hecho vivimos en lo que Berardi calificó acertadamente como Infosfera en 2003 en un texto brillante La fábrica de la infelicidad. La propuesta de denominar Infosfera al lugar donde vivimos los humanos me parece que recoge como ningún otro apelativo, un denominador común de la realidad en que nos desenvolvemos, el carácter determinante de la información.
Como dice Berardi: “el estímulo informativo invade cada átomo de la atención humana”. Eso implica un estado de alerta permanente, y una imposibilidad de bajar la guardia, en cualquier momento nos puede llegar una noticia, un mensaje, una novedad o un recuerdo que la máquina nos ofrece.
Wenceslao Galán, articulista de la revista Espai en blanc escribe una reseña del libro de Berardi que condensa en sus breves líneas la argumentación del pensador italiano. Dice Galán: «Correo electrónico, páginas web, teléfono móvil, blogs, forum, grabaciones digitales, definen ya nuestro modo de vivir y relacionarnos».
El problema es que si la cantidad de información circulante ha aumentado exponencialmente, así como el tiempo necesario para procesarla, lo cierto es que nuestras capacidades tienen un límite, y un ritmo. No podemos seguir el ritmo que nos marca el universo hiperreal, no tenemos el tiempo que exige tamaña cantidad de información, pero la nueva economía lo precisa, luego el conflicto está servido.
La experiencia no puede ir más allá de un límite, dice Bifo Berardi, lo que nos lleva a su progresiva supresión. La experiencia precisa de un tempo, un ritual, un proceso para tener lugar, tiempo que no está disponible, por eso vamos disminuyendo la experiencia y la sustituimos por información updated, continuamente puesta al día.
En lugar de experiencia, información. Una información que adolece de elementos críticos, de ningún proceso argumentativo, de ahí que las fake news se expandan como el auténtico virus que domina el mundo virtual, el otro virus que enferma a la civilización.
El smartphone es el vehículo privilegiado para la información, está continuamente poniéndose al día, su capacidad para transmitir de modo instantáneo, y para almacenar casi sin límite si incluimos la posibilidad de conectar con la nube. Estas características lo convierten en el objeto por excelencia de nuestro tiempo, insiste BCH.
Finalmente nos plantea la posibilidad de considerar al smartphone como un objeto transicional, en la acepción winnicotiana del término. Algunos sostienen esa tesis, aunque el autor no nos aclara quienes, Han la rechaza de plano y nos recuerda que el objeto transicional es aquel que nos permite una conexión real, auténtica con el otro. Con el otro y al mismo tiempo con la realidad, con el mundo. El otro es alguien que está más allá de mi y de mis capacidades, su existencia es independiente de mi. No facilita una comunicación con el otro, en realidad es el principal promotor hoy de la relación narcisista, donde el otro es un mero convidado de piedra. Es mentira que el smartphone propenda a la comunicación, sirve para aislarnos en el solipsismo, el smartphone es perfecto para hacer un selfie, como explica Han en otro capítulo del libro.
El objeto transicional además es un objeto blando, un objeto moldeable, adaptable, el objeto narcisista-autístico, el smartphone si aceptamos esta denominación, es un objeto duro.
Lo blando y lo duro se oponen en el mundo de la representación como lo crudo y lo cocido en las mitológicas de Levi Strauss. Lo blando estimula el encuentro con el otro, lo duro lo dificulta y nos ofrece el encuentro con sus aristas. El smartphone no se adapta a nuestras necesidades, somos nosotros quienes nos adaptamos a él.
Los objetos transicionales son blandos según BCH, los autísticos son duros. La blandura del objeto transicional permite sentir más al otro, altera el espacio, ese espacio llamado transicional que la física tradicional, no consigue explicar, es más bien un espacio curvo, un espacio relativo, de dimensiones difusas, un espacio que conecta, no que separa.
La dureza del objeto autístico, sin embargo, no favorece la conexión, le devuelve al sujeto su propia percepción, le confronta dolorosamente con sus límites. Por eso son objetos difíciles de manipular, producen repetición y compulsión en la opinión de Byung-Chul Han. El pensador germanocoreano se basa en los textos de Tilmann Habermas, un psicoanalista alemán profesor en Frankfurt am Main, que escribe sobre psicoanálisis narrativo. El smartphone, como los objetos autísticos narcisistas, también conduce a la repetición y a la compulsividad.
El smartphone no sirve para hablar con el otro. No se habla por el smartphone, se escriben textos, se mandan y se escuchan audios, el otro reducido a una grabación de sí mismo, se hacen fotos, fotos que circulan en mi lugar por el mundo virtual, fotos que dan una imagen, virtual, una imagen muda, una imagen decodificada. Y se accede al universo de la información, un universo ilimitado y comercial en el que yo soy el verdadero artículo en subasta. El smartphone por tanto no sirve para conectar con otro, sobre todo sirve para percibirse a sí mismo al modo narcisista, los últimos modelos han perfeccionado de tal modo su operatividad que, mediante el reconocimiento facial nos dan acceso al universo, de lo contrario estamos aislados. Puedes verte mientras mantienes una videollamada, puedes saber el latido de tu corazón, las horas que duermes, si tu sueño ha sido profundo o superficial, en definitiva puedes saber algo de ti. “Con el smartphone nos retiramos a la esfera narcisista protegida de los imponderables del otro”, concluye Byun – Chul Han.
El smartphone es el fetiche par excellence del neocapitalismo, nos proporciona una ilusión de dominación y control de la realidad, música, electrodomésticos, vigilancia, el mundo entero a nuestros pies. En realidad, es el individuo el controlado por la máquina, el individuo es elobservado, estimulado, influenciado – no hemos inventado acaso un oficio que define a los servidores de la máquina? Influencers les llaman, son los sacerdotes/sacerdotisas del mundo que vivimos, ayudan a conectar con la gran máquina smart que da cuerda al mundo.
La máxima accesibilidad del smartphone, como advierte BCH, se convierte rápidamente en servidumbre, se sabe cuando te conectas pero no cuando te desconectas, y la desconexión es vivida como sinónimo de aislamiento y de muerte por muchos individuos. No es la máquina quien se desconecta, es el sujeto que queda desconectado. Antes los móviles se apagaban por la noche, ahora el fabricante recomienda que no se apaguen nunca. Vamos en dirección al 24/7 como denunciaba Jonathan Crary. El que se apaga por la noche es el individuo.
Quiero terminar este escrito con un homenaje a la genialidad de un viejo maestro, fallecido hace pocos años, Umberto Eco, que dijo en La Stampa en 2015:
«I social media danno diritto di parola a legioni di imbecilli che prima parlavano solo al bar dopo un bicchiere di vino, senza danneggiare la collettività. Venivano subito messi a tacere, mentre ora hanno lo stesso diritto di parola di un Premio Nobel. È l’invasione degli imbecilli».
Pues eso, la invasión de los imbéciles.
Obviamente la opinión del autor de El nombre de la rosa, por más admiración que me merezca su obra, es profundamente hiriente: la imbecilidad se expande por las redes. Habría que revisar de nuevo Apocalípticos e integrados, dice Eco en el texto que reprocha a ambos la responsabilidad de haber difundido conceptos genéricos, conceptos fetiche, y de haberlos utilizado como cabeza de turco en polémicas estériles… También hoy los apocalípticos difunden sus conceptos fetiche, alrededor de los cuales se estructura un relato paranoide y especulativo, también a los integrados de hoy les falta el espíritu crítico y la tolerancia de la diferencia, la aceptación de la disidencia. O sea que, ni apocalípticos ni integrados.
Es cierto que los medios permiten un acceso jamás conocido a la información, me niego a considerarla conocimiento, el conocimiento exige como requisito el procesamiento de la información desde un punto de vista personal y crítico. Hoy no hay tiempo para eso. ¿Manca fineza? ¡Manca tempo¡
El smartphone no está hecho para hablar, sino para conectarse a las redes porque hablar, como nos recuerda Galán en su reseña de Berardi, hablar hoy es conectarnos con un flujo deslocalizado donde parece casi imposible encontrar el sentido propio, reconocerse, identificarse más allá de las informaciones que rodean al sujeto multitarea. Hablar es peligroso, hay que reducir al máximo el tiempo del que habla, hablar es perder el tiempo. De ahí la necesidad de crear un espacio terapéutico, que nos proporcione un vínculo seguro para poder hacerlo. Esto es lo que hoy más que nunca echamos en falta en la infosfera que nos rodea.
Esteban Ferrandez Miralles.
Murcia, enero del 22.