Crónica de la psicodeflación, octava parte: la suspensión del tiempo.
Por Franco “Bifo” Berardi.
Primera, segunda, tercera, cuarta, quinta , sexta y séptima partes.
Artículo original en italiano.
3 de julio
Mientras el calor del verano llegaba a Bolonia, decidimos ir a una isla dálmata donde vine por última vez hace dieciséis años.
Billi y yo vinimos aquí por primera vez en julio de 1991, justo cuando los signos de guerra se multiplicaban en la frontera serbocroata. L’Espresso había lanzado una campaña de vacaciones de activismo cultural* y pacifistas: vayamos todos a Yugoslavia para evitar la guerra o al menos retrasarla, dijo el semanario. Pero no hubo ninguna invasión de turistas en el país que estaba al borde de un precipicio.
Desembarcamos en el puerto de Hvar en una tarde de luz deslumbrante. Las grandes palmeras se balanceaban lentamente con el viento y el pavimento de color ámbar de la carretera que bordea el puerto nos daba la bienvenida. La isla estaba en silencio y de los turistas ni rastro. Encontramos una cabaña en Krizni Rat, la carretera que bordea el mar. La anfitriona, una señora de Sarajevo que se llamaba Nadjia, por la mañana nos trajo magdalenas para desayunar. Pasamos un maravilloso mes de cielos cristalinos mientras las nubes de tragedia se cernían sobre el futuro del país.
Una tarde, en la plaza de la catedral, participamos en una vigilia de oración para evitar la guerra con velas encendidas por todas partes.
La guerra yugoslava fue la primera señal de que la era de la paz estaba llegando a su fin.
Treinta años después la historia del colapso de Yugoslavia está casi olvidada, como la aterradora carnicería que siguió a la desintegración. Sobre todo, se olvida el papel que desempeñó la Unión Europea en este asunto.
Fue el Bundesbank el que empujó a los croatas a la guerra. Dada la catastrófica situación financiera de la Federación Yugoslava, el dinero para pagar las pensiones provino del banco alemán, y cuando decidió no continuar enviando los marcos a Belgrado, invitando explícitamente a Zagreb a establecer un banco central croata, comenzaron las hostilidades.
Era proeuropeo cuando creía que el europeísmo era lo que nos quedaba del pasado internacionalismo. Estaba equivocado.
Tuve que esperar a la humillación de la democracia griega para entender qué es la Unión Europea: un sistema de imposiciones financieras guiado por un modelo ordo-liberal. Y, sobre todo, es la súper-nación de los pueblos colonialistas.
Esta es la Unión. El alma de Europa se revela irremisiblemente cuando comenzó la gran migración, cuando comenzó la gran devolución, cuando comenzó la construcción de
campos de concentración alrededor del Mediterráneo, cuando comenzó el Holocausto marino. Esto es Europa
Desde que partimos el 1 de julio, me preocupaba que pudiera haber cierta aglomeración de turistas, pero el tren a Ancona estaba medio vacío y los salones del barco desde Ancona estaban desiertos.
Llegamos a la isla alrededor del mediodía y tomamos un taxi desde el puerto hasta el pueblo de Stari Grad, donde nos encontramos en una pequeña casa desde donde se tiene una vista del brazo de mar que divide el país en dos partes.
Durante la primavera escribí siete crónicas de la psicodeflación.
Las escribí para encontrar un sentido, para orientarme en medio de esa tormenta inmóvil. Finalmente la cuarentena ha terminado. Pero si ese período presentaba escenarios inquietantes y nunca antes vistos, lo que siguió es aún más inquietante. Todos los días los acontecimientos, los discursos, las cifras nos recuerdan que hemos entrado en el horizonte de la extinción. Y la extinción no parece ser la más terrible de las perspectivas, porque la agonía que antecede a la extinción promete ser más aterradora que el fin mismo.
Es por eso que quiero comenzar a escribir mis crónicas de la psicodeflación nuevamente.
4 de julio
Desde la primavera he asistido al seminario de psicoanálisis sobre la pandemia que se celebra dos veces por semana. En algunos momentos, la discusión se fragmenta, a veces la voz se vuelve temblorosa, pero cada vez que pude participar, el seminario me permitió captar el pulso de la vibración psíquica que se extiende en el mundo unificado por el terror.
Cada vez que los participantes, que hablan desde Santiago o México, desde Bruselas, desde Catanzaro, desde Barcelona o desde Rimini, brindan información sobre lo que está sucediendo en el cambiante panorama psíquico: las llamadas a los centros de salud mental, el informe de los delirios y de miedos. Fragmentos del proceso por el cual la mente individual procesa las señales de miedo, soledad, impotencia que provienen de la vida colectiva. El seminario también ofrece un intercambio emocional con un grupo de amigos que son más o menos de mi edad y que experimentan en primera persona la inquietud con la que tratan profesionalmente. El intercambio emocional no significa palmaditas en los hombros, sino comprender a través de nuestras emociones las diferentes formas en que evoluciona el sentimiento colectivo.
Hoy, en muchos de los discursos, sentí una vibración de ansiedad, de temblor cognitivo, como una oscilación en presencia de un abismo.
El tema dominante de la discusión fue la suspensión del tiempo.
De algunas historias surge el hecho de que muchos, especialmente los adolescentes, se niegan a salir de la casa después del final del encierro. Algunos dicen que tienen miedo al contagio, otros simplemente no tienen ganas de reanudar la vida social en la que participaron antes de que comenzara la pandemia, otros no esgrimen ningún motivo. Simplemente quieren quedarse allí, encerrados en su habitación con su computadora, haciendo todas esas cosas que se pueden hacer con una computadora. Alguien observó que este es un comportamiento similar al que se conoce en Japón con la expresión patologizante de hikikomori.
Entonces me vino a la mente cuando, en mi primer viaje a Osaka, hablé con Kazuki, un amigo que había sido hikikomori durante varios años.
Kaz me dijo: para los psicólogos, el hikikomori es un paciente con enfermedad mental que necesita tratamiento. Pero me parece que él es la única persona sana en la sociedad japonesa. Todos los demás, que se levantan a las seis de la mañana para ir a apretujarse en los vagones del metro, que van a luchar en la guerra sin sentido de las oficinas y fábricas, para sufrir continuas humillaciones y ganar dinero que no servirá para vivir ninguna vida, todos los otros están locos, son pobres locos que piensan que son normales.
Un millón y medio de hikikomori, que hay en Japón, son las únicas personas que viven una vida libre, que no necesitan nada más que su computadora y un plato de arroz que su madre les deja detrás de la puerta.
¿No es similar a lo que les está sucediendo a millones de adolescentes en todo el mundo? Pase lo que pase, que se reproduzca allá afuera la raza humana para morir de estrés, hambre o gripe, que estallen guerras, que se masacren los diferentes ejércitos nacionales. Yo no quiero saber nada de eso. No pedí venir al mundo, no soy responsable de lo que hicieron mis abuelos ni mis bisabuelos, no puedo hacer nada para cambiar mi vida o la de los demás. Tengo una computadora conectada a millones de otras computadoras. Puedo escuchar la música que me gusta, chatear con algunos desgraciados como yo. Que nadie me diga cómo debería ser mi vida. Esta es mi vida.
5 de julio
Leí “El amor en los tiempos del cólera”, una de las novelas de Gabriel García Márquez que no leí en las últimas décadas cuando todos leímos a García Márquez.
Por supuesto, pensé que me diría algo sobre la epidemia. En realidad, el cólera está en el trasfondo de la novela, nunca aparece, excepto por alusiones, noticias provenientes de aldeas distantes a lo largo del río, terrores imprevistos.
Lo que está en el centro de la historia es el amor: la espera, la desesperación del amor, el alivio de la lujuria, la mentira del amor, el dolor del engaño y la amistad erótica que no tiene razones ni esperanzas.
En el horizonte de la historia hay vejez, la descomposición de la carne, la tristeza del agotamiento, el desvanecimiento de los sentidos, pero también el placer de haberlo perdido todo, de no tener nada más que perder, el placer de dejarse llevar por la miseria de la derrota. El lento placer de convertirse en nada.
6 de julio
Durante semanas, se ha prolongado la discusión sobre la demolición de las estatuas.
Cuando en Bristol una multitud de niños y niñas derribaron la estatua de un traficante de esclavos y la arrojaron a las aguas del puerto de la ciudad, descubrimos que en las ciudades inglesas (pero también estadounidenses, francesas, italianas, polacas y españolas) se erigen y mantienen estatuas que honran la violencia, el secuestro, la deportación, la esclavitud, el asesinato y la violación. En Alemania no, porque Hitler fue derrotado y desde entonces se ha acordado que a los nazis no se les erigen estatuas como si los nazis fueran tan diferentes de los británicos como James Colton, del asesino belga Leopoldo del Congo, del asesino italiano Rodolfo Graziani o de los innumerables exterminadores estadounidenses, expertos en genocidio.
En lo que a mí respecta, después de haber enseñado durante algunos años en la Academia Carrara, la escuela de escultura más importante del mundo, llegué a la conclusión de que las estatuas en general deberían ser demolidas, con la excepción de la Piedad Rondanini. Así terminaríamos con este malentendido que intercambia retórica por historia y brutalidad por heroísmo.
Primero, las caras horribles que forman el telón de fondo del discurso de Trump el 4 de julio en el lugar más falso del mundo, el Monte Rushmore, ciertamente deberían ser derribadas. Mientras la pandemia incendia las ciudades estadounidenses como un incendio forestal furioso, Trump ha hecho una verdadera declaración de guerra contra cualquiera que no pertenezca a la minoría armada de blancos racistas.
El abismo americano se vuelve cada vez más oscuro.
Precisamente por su ignorancia, su violencia, su abyección moral, Donald Trump representa el verdadero alma de Estados Unidos, el alma indeleble de un pueblo formado por una historia ininterrumpida de violencia, abusos y crímenes. América es esto: genocidio, exterminio, deportación, sumisión, humillación, competencia, arrogancia, invasión, opresión y explotación.
Nada más que esto.
No hay alternativa en Estados Unidos, como alguna vez creímos. Hay millones de mujeres y hombres, en su mayoría no blancos, que han sufrido la violencia de Estados Unidos y que han luchado en algún momento a partir de la década de los 60 por reformar Estados Unidos en un sentido humano. Y han fallado.
Fracasaron porque no pudieron reformar el pozo negro de una nación de asesinos intolerantes.
Quizás América pueda ser destruida, pero ciertamente no puede ser reformada. Tal vez pueda ser destruida porque Estados Unidos se está destruyendo a sí mismo.
Osama Bin Laden logró empujar al mayor gigante militar de todos los tiempos contra sí mismo. La provocación del 11 de septiembre produjo todos los frutos que el genio estratégico de ese fanático barbudo había imaginado en sus sueños más delirantes: atraer al gigante a una guerra contra el caos.
Y quien libra la guerra contra el caos la pierde porque el caos se alimenta de la guerra. Pero George Bush y Dick Cheney no sabían esto. Y comenzaron el proceso que condujo a la derrota afgana a la derrota iraquí, a la desmoralización del ejército, y por último, pero no menos importante, a la humillación y la furiosa locura de los supremacistas cuyo presidente actual es el fruto podrido.
Ahora Estados Unidos ha comenzado a pelear (y perder) su última guerra: la que está en contra de sí misma, la que borrará la bandera de las barras y estrellas de la faz de la Tierra.
En 1992, en la primera cumbre climática en Río de Janeiro, para explicar el rechazo a cualquier regulación internacional de emisiones, George Bush dijo: «El nivel de vida de los estadounidenses no se puede negociar».
Desde entonces estaba claro que en el futuro del planeta había una alternativa: o América desaparece o la humanidad desaparece.
Es muy probable que la humanidad se vaya a extinguir. Pero no descarto que primero tengamos la sorpresa de presenciar la descomposición del estado federal.
La masacre viral está en pleno apogeo. Afecta a los pobres, a los negros cuatro veces más de lo que afecta a los privilegiados. El siguiente paso es la guerra civil, o más bien las dos guerras civiles que atraviesan al gigante moribundo: primero la guerra racial en la que los blancos están armados y los negros no. Luego la guerra entre el suprematismo Trumpista y la democracia imperialista, ambos armados. Solo puede terminar mal.
7 de julio
Después de 1991, la guerra nos impidió venir a Hvar, pero regresamos en 1996, y desde entonces hemos venido a esta isla todos los años, hasta 2004, cuando el turismo comenzó a invadir este maravilloso lugar.
Un día, un gran bote se detuvo en la pequeña playa donde estábamos tumbados al sol, y un enjambre de rusos ruidosos y arrogantes bajó. Plantaron las sombrillas a un metro de mi cabeza como si yo no estuviera allí. Esparcieron sus objetos de nuevos ricos por todas partes.
Les pedimos que nos dejaran en paz, nos ignoraron comportándose con tanta arrogancia que nos levantamos y salimos de la playa. Después de ese episodio, decidimos que ya no queríamos venir aquí.
Pero ahora los rusos se quedan en su casa debido al virus, y no hay nadie aquí.
Nadie.
8 de julio
Los ciudadanos de Sonoyta, en la frontera entre Arizona y México, usaron sus automóviles y tractores para detener el tráfico de vehículos de turistas norteamericanos que querían pasar a México. Parece que la gran muralla de Trump aún no está lista, pero los ciudadanos mexicanos hacen paredes con sus cuerpos, pero en la dirección opuesta.
La Unión Europea ha establecido que los estadounidenses no pueden venir a Europa para sus vacaciones.
Hasta ayer, el mundo temía a ese pueblo de vaqueros. Todos odiaban a los estadounidenses, pero no tuvieron el coraje de decirlo. Ahora aparecen como lo que son: perros que se están ahogando.
9 de julio
La radio informa que los acuerdos con Libia serán renovados por el gobierno de Conte.
Me gusta Giuseppe Conte porque se parece a mi papá cuando era joven, y en los últimos meses pensé que su gobierno se estaba comportando decentemente cuando el pánico parecía extenderse.
Sin embargo, su debilidad está surgiendo en estos días, y el gobierno parece inestable.
Los dos componentes principales están luchando por entenderse, porque el Partido Demócrata está impregnado de la cultura de las privatizaciones y obsesionado con la fijación anticuada de la eternidad del neoliberalismo, hasta el punto de que no tienen la decencia de eliminar la concesión a la familia Benetton, los especuladores con el interés público y además responsable (impune) del colapso del puente Morandi y otros accidentes menores debido al ahorro en mantenimiento. Durante mucho tiempo nos contaron la historia de que la privatización interesa a los usuarios, pero no hay mentira más descarada. El sector privado pone su ganancia primero, no el bien público. ¿Es difícil entenderlo? En cualquier caso, la empresa privada que gestiona las carreteras públicas lo ha demostrado plenamente.
La Constitución establece que «la propiedad privada está reconocida y garantizada por la ley, que determina sus métodos de compra, disfrute y límites para garantizar su función social».
Después de la experiencia de la pandemia, sería hora de devolver a la esfera pública todo lo que sea de interés público, desde el transporte hasta la salud y la escuela. Pero el Partido Demócrata no tiene intención de entenderlo, quizás porque representa a los intereses de los privatizadores.
El Movimiento Cinco Estrellas, por su parte, es tan íntimamente racista que permanece indiferente a la tortura de cientos de migrantes reunidos en un bote bajo el sol.
Las dos partes de la mayoría amarillo-roja, como la llama el conformismo periodístico italiano, acuerdan solo un punto: posponer indefinidamente la revocación de los decretos de seguridad que castigan la recepción y renovar el acuerdo cínico con las llamadas autoridades libias.
10 de julio
En Europa, el contagio ha disminuido, debilitado, quizás desaparecido. Así parece, por el momento. Pero la Organización Mundial de la Salud informa de que hoy se ha verificado el mayor incremento de casos positivos al virus a escala mundial: 228.102 en 24 horas. El número de muertes diarias se mantiene estable.
En Florida hoy hay 11,433 casos nuevos, pero Disney World se está preparando para reabrir sus puertas.
Erdogan decidió que la iglesia de Santa Sofia fundada en el siglo VI por el emperador bizantino Justiniano debe convertirse en una mezquita. Los rusos se enojarán mucho. Realmente parece que estemos como en un mundo oscuramente antiguo, un mundo lleno de niños idiotas. ¿Realmente tenemos que lamentar el que este mundo humano esté destinado a hundirse pronto en el océano de la nada? Si al menos todo sucediera rápidamente…
Es la agonía, esta agonía demente que da miedo, no la extinción, la única liberación que aún podemos imaginar.
11 de julio
Leí el artículo de Lorenzo Marsili publicado en la revista NOT, que trata un tema que en general se prefiere ignorar: el sufrimiento masculino, que gracias a las redes sociales se manifiesta y organiza en los grupos del llamado movimiento incel (celibato involuntario).
Las ideas que surgen de los círculos incel estadounidenses tienen un carácter de demencia agresiva:
«En un mundo ideal, la sexualidad no existiría. Debería ser ilegalizada. En un mundo sin sexo, la humanidad sería pura y civilizada. Los hombres crecerían sanos sin tener que preocuparse por tales actos bárbaros. Todos los hombres crecerían libres e iguales, porque nadie experimentaría los placeres del sexo que a otros se les niega… Para abolir por completo el sexo, las mujeres mismas deberían ser abolidas», escribe Elliot Rodger, uno de los inspiradores de esta subcultura, en “Mi mundo retorcido”, que agrega:
«Las mujeres no deberían tener derecho a elegir con quién aparearse y reproducirse. Esa decisión debe ser tomada por ellas por hombres racionales e inteligentes. Si las mujeres continúan teniendo derechos, solo obstaculizarán el progreso de la raza humana al aparearse con hombres degenerados y crear una descendencia estúpida y degenerada. Esto hará que la humanidad se vuelva aún más depravada con cada generación. Las mujeres tienen más poder en la sociedad humana de lo que se merecen, todo por razón del sexo. No hay criatura más malvada y pervertida que la hembra humana».
Anders Breivik, el criminalista que mató a 77 jóvenes socialistas noruegos en 2011, en su Manifiesto por la Independencia Europea denuncia el feminismo como la quinta columna de la invasión islámica. Cuando su aventura personal fue reconstruida en el juicio en Oslo, surgió una historia dolorosa de abusos por parte de una madre psicótica.
Pero sería estúpido pensar que este tipo de ilusión vengativa es la única forma de elaborar un fenómeno auténtico y enormemente extendido: el sufrimiento que se deriva de sentirse rechazado, sexualmente poco atractivo.
Lorenzo Marsili escribió quizás la primera pieza interesante que leí sobre este tema. En primer lugar, aclara que el llamado celibato involuntario no debe reducirse de manera absoluta a la figura nazistoide del hombre vengativo.
Luego se presenta de una manera extremadamente valiente:
«No creo que sea relevante narrar ningún evento específico de mi biografía. Toda persona adulta que no ha tenido experiencias sexuales tiene su propia historia irreducible que no puede ni debe prestarse a ninguna falsa simplificación. Pero lo que quiero decir es cómo esta falta de experiencia ha influido en mi vida en el pasado y en parte todavía hoy. Durante mi adolescencia sentí que no era lo suficientemente guapo, inteligente, interesante y divertido. Pensé que era constitutivamente deficiente, un ser imposible de desear sexualmente porque estructuralmente no era adecuado para este propósito. Pensé que mi masculinidad estaba torcida, equivocada. En una palabra: β».
De las palabras de Lorenzo surge una figura que tiene una enorme relevancia en la formación del espíritu contemporáneo: toda la maquinaria de medios, publicidad y competencia construye la identidad individual en torno a la polaridad de los ganadores y perdedores.
Así es como construimos lo que Marsili define como «un muro de dolor insuperable», y así es como se acumulan las energías de un machismo agresivo que alimenta el fascismo contemporáneo.
Marsili advierte con razón contra las simplificaciones. Por supuesto, la sensación de ser rechazado puede provocar una reacción agresiva en los hombres y una nostalgia por el patriarcado más opresivo. Y de hecho eso es lo que pasa. Pero es posible otro tipo de elaboración de ese sufrimiento, y Marsili lo indica como un campo de batalla psíquico, cultural y estético del que los feminismos deberían hacerse cargo.
«Soy un rechazado, por lo que expresar mi deseo no tiene sentido. Solo sería una ocasión dolorosa para otra nueva confirmación de lo que ya sé. Por esta razón, cada sentimiento debía estar oculto, revelado solo bajo la influencia del alcohol con una mezcla de ira y culpa «.
En su libro “El amor y occidente”, Denis de Rougemont señala de pasada que en la inmensa masa de dolor que ha oprimido a los seres humanos desde hace tiempo (con un leve alivio temporal de amistad y de felicidad), la parte más pesada deriva, no por guerras o hambrunas, sino por el rechazo del amor.
Cuando los movimientos fueron capaces, en algunos momentos felices, de crear situaciones de amplio intercambio sexual, la timidez, la sensación de insuficiencia fue parcialmente absorbida por un abrazo colectivo.
12 de julio
Es domingo y fuimos a la iglesia de Sve Stephana con la esperanza de encontrarla abierta. Finalmente pudimos ver el interior, en una tenue luz matutina, nos detuvimos unos minutos sin quitarnos la máscara, luego caminamos hacia el bosque de pinos que se encuentra a medio camino entre la ciudad y el puerto donde llegan los ferris desde Split. El asma aumentó durante la caminata y cuando llegamos a una playa pedregosa me tumbé en una roca blanca a la sombra de un pino mientras Billi se bañaba.
Hubo un tiempo, hace veinte años, en que íbamos todos los días a la espesura del bosque de pinos, y bajábamos hasta las puntas rocosas para arrojarnos al mar en las horas de más calor.
Ahora prefiero caminar por las estrechas calles del centro sobre las losas de piedra blanca. A veces me siento en una plaza encantada, rodeada de estas casas de piedra blanca ligeramente gris, o hacemos yoga en el césped frente a la basílica construida sobre los restos de un edificio del siglo IV. O en la puesta de sol cruzamos la plaza dedicada a Petar Hectorović, el poeta del siglo XV. Dos hileras de palmeras, y el viento que viene del mar.
A menudo me parece estar en una plaza veneciana, una de esas plazas pobres, ignorada por los turistas y olvidada por los venecianos. Pero es Venecia en medio de una exuberancia de magnolias y otras flores blancas rojas y moradas cuyo nombre no sé, no sé el nombre de las flores o los pájaros, no soy Franzen. Es Venecia con palmeras y cipreses hasta donde alcanza la vista hacia las colinas. Es Venecia pero es más hermosa que Venecia.
A veces, al atardecer, la melancolía de los colores se vuelve tan dulce como para diluir esta conciencia indeleble del inmenso fracaso de la vida en general.
*Vacanze intelligenti, expresión que procede de la película de 1978 “Dove vai in vacanza?”, y hace referencia a las vacaciones que incluyen descanso y actividad de tipo cultural.