El Comensal
RESEÑA
El Comensal, Gabriela Ybarra, Caballo de Troya, 2015.
Oí a Gabriela desde la radio de mi cuarto de baño mientras me arreglaba para ir a trabajar; esa mañana me sentía coqueta. Entre el ruido y que la entrevista había empezado hacía un rato, no sabía quién hablaba. Quedé tan atrapada que en algún momento debí apagar el secador y me puse a escuchar sentada en una esquina de la cama. Hablaba de la muerte precoz de una madre y de la muerte atroz de un abuelo. Gabriela me pareció una mujer enigmática: la debilidad de su voz contrastaba con la fuerza del discurso.
Salí corriendo para que me diera tiempo a pasar por Terán, la única librería de verdad entre mi casa y la consulta. Aprovechando un semáforo en rojo para peatones, abrí El comensal y leí el poema: «¿Quién ha visto sin temblar un hayedo en un pinar?» Reconocí los versos.
Me pasó con la lectura lo que a Gabriela con su vida, que acudí a google una y otra vez en busca de más información que engarzara un hecho con otro, en busca de imágenes, de noticias, de orden, de una genealogía.
El comensal es una historia sobre la pérdida y su elaboración; sobre los duelos hechos y los pendientes. Pensé en leer el libro con ojos de psicoanalista. A ratos lo intenté, pero no pude. Las asociaciones se multiplicaban y se mezclaban con mis propias identificaciones. Recordé que el día que secuestraron a su abuelo yo estaba con mi abuela, que también era de Neguri y, como la madre de Gabriela, nos recomendaba a mí y a mis hermanas que fuéramos gente sencilla. Mi abuela Mercedes, como el abuelo Javier de Gabriela, tenía una buena dosis de años y vida, así que temía pocas cosas, pero ese día la recuerdo viendo las noticias, aterrada, queriéndonos explicar para poder comprender ella misma.
Gabriela se pregunta sobre las identificaciones, y también sobre la relación entre duelo y agresividad. Sobre la historia de su abuelo: agresión desatada; y sobre la de su madre: la agresión también feroz del propio cuerpo. Y entre el exhibicionismo de episodios íntimos y pensamientos aún más íntimos, que otros no revelaríamos por pudor y que ella parece querer compartir, pone palabras al destrozo, palabras que según se leen se pierde el miedo y el pudor.
¿Qué hacer ante la pérdida? Por ejemplo, ¿escribir? Eso decía Freud, que algo podemos hacer. Debe de ser verdad. Después de la lectura me he quedado esperanzada, enredada en una nueva pregunta: ¿Cómo ha podido Gabriela haber trasformado tanta destrucción en poesía? Recomiendo la lectura de El comensal; cuando se acaba, una disfruta aún más con los versos de Machado.
María Fernández Ostolaza.
Psicologa y Psicoanalista.
Miembro Asociado del CPM.