Ante un empeño de la magnitud de este que hoy comentamos, solo cabe congratularse, admirarse y darle las gracias al norteamericano Benjamin Moser por su empeño en conocer y difundir la obra de Clarice Lispector. Cuando en el año 2015 dediqué un capítulo de mi libro, Una espina en la carne, a la escritora brasileña, no pude manejar esta biografía, publicada originalmente en inglés en 2009, lo que lamenté. Hoy me quito otra espina reseñando la reciente y necesaria publicación de Siruela.
La obra de Moser sigue una estructura sencilla, cronológica como cabía esperar, aunque con necesarias incursiones prospectivas y retrospectivas, que abarca desde los orígenes de la familia de Clarice, judíos ucranianos; su periplo para abandonar un país devastado por la oleada de pogromos que se desencadenó en diciembre de 1918; y su viaje como emigrantes a Brasil. Así como un detallado recorrido por la vida y la obra de la escritora hasta su muerte en 1977, a la edad de 57 años. Oportunamente, el biógrafo inserta algunos capítulos donde explica con detalle la situación política y social de Ucrania y, sobre todo, de Brasil, el país que Clarice consideraba su patria, a pesar de un ceceo que hacía que la considerasen siempre extranjera. También nos informa Moser sobre la situación de Nápoles, Berna o Washington, las ciudades donde Clarice residió junto a su marido, el diplomático Maury Gurgel Valente, y en las que se sintió tan incómoda, alejada de sus hermanas, de sus amigos y de su querido país.