Conferencia presentación de la película “Departures”.
Estas palabras de Emilio Rodriguez en “El siglo del psicoanálisis” me sirven para comenzar esta presentación: “Nuestros sueños inventaron el cine que inventa nuestros sueños”. Hoy vamos a dejarnos soñar por una película que no deja indiferente. Una película que nació del empeño de su actor principal que en un viaje a la India quedó atrapada por su modo de vivir la muerte, y peleó hasta que consiguió contagiar ese entusiasmo a un director y juntos rodaron la película que veremos.
Tomaré una frase ahora de Sigmund Freud: “En general nos comportamos como si quisiéramos eliminar la muerte de la vida: queremos, por así decir, matarla con nuestro silencio…”.(rodrigué dice que habla de la muerte como una “representación sofocada”). Esta película nos confronta con ese silencio y nos lo hace hablar.
Departures.
Cuando mi colega y amigo Juan Rodado me invitó a participar este año en el ciclo de Cine y Psicoanálisis, le respondí rápida y afirmativamente, con alegría y placer, dado que los dos, el psicoanálisis y el cine, me apasionan.
A renglón seguido me preguntó si tenía claro la película que quería compartir aquí y rápidamente y envuelto en aquella alegría y placer le dije sin pensármelo que sí. Quería traer y hablar de “Despertares”.
Al momento me di cuenta que no era esa la palabra que yo quería decir, ni por tanto la película que quería compartir. Había salido por mi boca otra palabra distinta que hablaba de otra película diferente.
Y allí me tienen ustedes, hablando con mi amigo, psicoanalista, y cometiendo un florido lapsus. No estaba mal para empezar dado que de cine y psicoanálisis se trataba.
“Despertares” esa película también la conocía yo, la vi hace años y con Robert De Niro y Robin Williams contaba una historia del admirado neurólogo Oliver Sacks. Aquel que escribió: “el hombre que confundió su mujer con un sombrero”, “Con una sola pierna” o “Un antropólogo en Marte”. Alguien seguidor de lo que se ha dado en llamar “anécdotas clínicas”
Pero, no era de ella de la que yo quería hablar aquí. Aquella película habla de un despertar a la conciencia, y a la vida, de unos pacientes aquejados por un mal que los sumía en la incomunicación y en un estado vegetativo realmente lastimoso…
“Departures”, Despedidas, partidas, salidas. Yo quería hablar de esta película japonesa. Dado que si el cine y el psicoanálisis me apasionan, otra de mi pasiones, o por lo menos aficiones es “El Japón”. Desde “Elogio de la sombra” de Tanizaki, pasando por “el Zen con el tiro con arco”, hasta los grabados de Hokusai y Hiroshige del periodo Edo, las novelas gráficas de Jiro Taniguchi, las películas de Hayao Miyazaki, las novelas de Hiromi Kawakami, o las de Haruki Murakami, la pujanza de su arquitectura, sus minimalista decoración, su comida, por no hablar de las películas de Akira Kurosawa al que conocí con “Dersu Uzala”, el Japón que tanto nos ha influido en el pasado siglo XX me apasiona también.
“Departures” entonces y no “Despertares”. En japonés “Okuribito”, final de partida. Así se llama la película de la que quiero hablar y que hoy vamos a visitar. O mejor que nos va a visitar a nosotros. Es esta una película japonesa dirigida por Yojiro Takita, un director que antes solo había dirigido “La espada del samurai” Y que con “Departures” conseguiría, además de diez galardones en los premios de la Academia del cine japonés, (conseguiría) el Óscar a la mejor película extranjera, en el año 2.008.
Esta película me cogió por sorpresa, como nos coge siempre la vida cuando en algo nos afecta. Nada sabía de ella, y empecé a verla en la más absoluta inocencia, como creo que hay que ver el cine o entrar en los sueños, y poco a poco me fue cautivando con su ritmo extraño, sus caras que me recordaban una gestualidad que no es la nuestra, sus ritos y sus costumbres, para acabar dándome cuenta que desde las antípodas me habían llegado al corazón.
Es “Departures”,“Okuribito”, una película sencilla. Sencilla es su puesta en escena, sencilla en su fotografía (muy cuidada), su guión, su música, aunque no exenta espero, de un encanto particular. Y tiene el mérito de recordarnos un tema difícil de tratar y sobe todo difícil de integrar, la muerte, la separación de los seres queridos (y a veces de los que no lo son tanto). Ese es su mérito, tratar sencillamente un tema complicado de digerir.
“OKuribito” trata del ciclo de la vida, y no olvidemos que ese ciclo no está completo si no incluimos la despedida en él. Despedidas, partidas, últimos adioses, última presencia, ya que sin la palabra fin la película de la vida no está completa.
Déjenme hacer una comparación. El otro día pude ver “En un mundo mejor” el Óscar a la mejor película extranjera de este año. El protagonista dice en un momento dado: “algunas veces se siente como si hubiera un velo entre tú y la muerte. Pero ese velo desaparece cuando pierdes a alguien que amabas o alguien que estaba cerca de ti, y se ve claramente la muerte ,por un segundo. Pero más tarde el velo regresa y sigues viviendo”. Creo que podemos decir que Departuras habla de ese segundo en que miramos y vemos claramente a la muerte. Y esta película nos enseña a aprovechar ese segundo, a no dejarnos llevar por la angustia, el miedo, la rabia o el pánico, y a despedirnos adecuadamente de aquellos que nos dejan en presencia de esa parca que nos espera más allá.
Su arranque no deja lugar a dudas. Envueltos en la niebla, la lluvia y el frío dos personajes se dirigen a realizar una tarea, mientras uno de ellos nos informa de que hace poco que se encuentra en esta región, Yamagata, que es la de su infancia. Yamagata es la región contigua a Fukushima, donde se encuentra la central nuclear cuyo nombre no olvidaremos ya y la región más castigada por el tsunami, Sendai, de Marzo. Digo esto solo para recordarnos que la vida tiene una delgada línea sobre la tierra y que esa línea se puede quebrar fácilmente, hasta en los países más civilizados.
Sigo con la primera escena. Llegan a una casa y asistimos a una escena que no nos dejará indiferentes. En aquella casa ha fallecido alguien y los dos hombres se disponen a arreglar el cuerpo del difunto con el ritual del Nokanshi.
“El ritual ancestral del nokan, que consiste en amortajar el cadáver como si de una obra de teatro se tratara. Toda la familia del muerto se pone en frente y ve como un nokanshi (el practicante de dicho ritual) lava, maquilla y viste al fallecido, de un modo delicado sin que en ningún momento se vea desnudo ni tenga ninguna posición escabrosa. Todo un arte que antiguamente lo hacía la propia familia, pero como otras tantas tradiciones se ha ido perdiendo y deben hacerlo (ahora) unos profesionales”(Emiliano Basile en la WEB).
¿Saben qué?. Me siento como el acomodador de aquel chiste que al no recibir suficiente propina por su labor, susurra al oído de los espectadores agarrados: “el asesino es el mayordomo”. Así me siento. ¿Cómo contarles una película que debería, y lo hace, contarse sola?. ¿cómo hablar de lo que ya habla extraordinariamente esta película?. Creo que tendré que hacerlo con delicadeza para no estropearles un desarrollo que es en si mismo un despertar, un descubrimiento, una revitalizante experiencia, que con sencillez nos lleva allá donde quiere y lo hace con delicadeza y sentido del humor.
Bueno, seguiré, intentando no destripar demasiado la película. Haciendo, ahora que lo pienso, mi propia ceremonia del Nokanshi con la película, limpiando, maquillando y preparando su visionado intentando no mostrar su desnudez, y dejando que él mismo se eleve a su condición de digna humanidad.
Intentaremos que sea como me dijo una amiga, como oler el plato que sabes llegará después a la mesa, o como cuando preparas un viaje y anticipas los sitios por los que pasarás y que ayuda luego a buscarlos, mirarlos y sentirlos de otro modo.
En ese comienzo que les decía y que anuncia un camino neblinoso y una escena resuelta con fino humor, nos acompaña ya el que será uno de los protagonistas inadvertidos de esta película, junto con el humor y el silencio, la música. Música que nos acompaña y ya no nos abandonará a lo largo de todo su desarrollo. Solo en momentos muy particulares todo quedará en silencio para que podamos escuchar mejor en nuestro interior.
Su compositor es el multipremiado Joe Hisaishi, uno de los compositores japoneses más prolíficos, con un centenar de bandas sonoras a sus espaldas. Hisaishi no solo está detrás de algunas de las mejores bandas sonoras del estudio Ghibli como “Mi Vecino Totoro”, “la Princesa Mononoke” o “El Viaje de Chihiro”, sino que también es bien conocido por firmar la música de algunas de las películas más destacables de Takeshi Kitano.
Esa música funcionará en nosotros como sostén y acompañamiento durante todo el transcurso de la película. Y será el soporte emocional de un cierto transitar experiencial. Acompañaremos al protagonista que es músico en ese transitar, con esa música que le conecta directamente con su infancia y consigo mismo, con una parte de él que pide ser oída y resuelta. Callo aquí par que la película cuente… y ustedes sientan con ella el crescendo que nos propone.
Sobre el ceremonial del Nokanshi el director de la película dijo: “Mientras en occidente veis la muerte como una tragedia irreversible, sin salida, en Japón, los que practican los llamados servicios “nokanshi” ven la muerte simplemente como parte de la vida. Y como en todos los momentos importantes de la vida, hay que estar lo más presentable posible”. De hecho la película está basada en la novela “NoKanfu Nikki” (Diario de un agente funerario) de Shinmon Aoki, que practicaba el ceremonial budista del Nokanshi.
De eso se trata para la cultura japonesa, eso es algo que le es propio y esencial: todo tiene que estar bien preparado, envuelto y presentado, Roland Barthes en su libro sobre Japón, “El Imperio de los signos”, dice a propósito de los paquetes que en Japón todo objeto, todo gesto, incluso el más libre, parece estar enmarcado…. Y esta película que trata de cómo se envuelve y arropa a los que se van, nos envuelve y nos arropa para que le acompañemos de un modo personal, enmarcando un tema que precisa de un bonito paquete para que lo podamos digerir.
Toda la película participa de este buen envoltorio, de esta preparación y de un modo elegante la película nos va mostrando, no sin un fino humor y delicadeza, el recorrido subjetivo de un tipo que alejado de la muerte, como cualquiera de nosotros a cierta edad, se va apropiando poco a poco de su significado y del significado por tanto también de su propia vida. Es este un viaje iniciático por el que transitaremos identificados con el protagonista. Un protagonista que habla poco pero muestra mucho, y vemos como los gestos adquieren en él un valor identificatorio importante.
Y es que para nosotros es complicado asistir a tal despliegue de cuerpos inertes que son despedidos en presencia y con tanto mimo. Nosotros que escondemos a nuestros difuntos, que sacamos a los niños de las ceremonias de despedida, que no hablamos libremente del tema, que intentamos como decía Freud no mirar demasiado a ese lado. Nuestra cultura, en la actualidad, que deja a un lado todo lo que a dolor, duelo, y sentimiento se refiere, nos cuesta integrarlo en el ciclo vital, creyendo posible darle la espalda, pero solo hasta que eso, inevitablemente se nos aparece, entonces nos mostramos torpes y sorprendidos.
Es el psicoanalista Octave Mannoni, en “Un intenso y permanente asombro”, el que dice acertadamente: “Hoy nuestras sociedades se defienden de ella (de la muerte) mediante un proceder que gana cada vez más adeptos: el de la segregación. Aquí tenemos algo importante, la segregación de los muertos y moribundos corre pareja con la de ancianos, niños indóciles (o de los otros), los desviados, los inmigrantes, los delincuentes, etc. (y continua) Las sociedades de otrora, por más divididas que estuvieren en el plano social, no eran segregacionistas: poseían sus clases, sus pobres, sus mendigos, sus desviados, sus culpables, sus locos y sus muertos. Tengo la impresión (imposible de comprobar) que es en el cambio de actitud para con la muerte que debe buscarse el origen de los demás cambios.”
Y han de venir del otro lado del mundo, de nuestras antípodas a recordarnos que somos mortales y que la vida por la que transitamos solo tiene sentido si respetamos la idea de que somos seres finitos, que tenemos un final y que dejamos sitio a otro cuando nos vamos. Que debemos una muerte a la naturaleza como nos recordaba Freud. Pues bien, de esa “última presencia” tan difícil de soportar nos habla esta película.
En la antigua Roma, cuando los emperadores entraban victoriosos en desfile triunfal por el arco de la ciudad y eran vitoreados por todo el pueblo, los romanos colocaban al lado del emperador un hombre que, mientras sostenía sobre su cabeza una corona de laurel, le iba susurrando al oído “recuerda que eres mortal”. Esa figura es la que en nuestro mundo moderno nos falta y al contrario se nos hace creer que ninguna pérdida importa, que el consumo sucesivo nos permitiría huir de forma tangencial de cualquier pérdida. Y no es así. No es posible huir de las pérdidas, porque ellas nos alcanzan a lo largo de la vida y hay que negociárselas, hay que trabajárselas, inexorablemente, ineludiblemente. Y de ellas y de su elaboración parte la riqueza que después podamos construir.
Decimos en psicoanálisis que para el inconsciente no existe la idea e muerte, no existe en nosotros la representación de la propia muerte, es un imposible imaginarla, si lo hacemos estamos siendo espectadores y por tanto ya no la estamos representando, pues ella es propia ausencia, imposible de imaginar por nosotros. Pero sí podemos imaginar la muerte de otros, tarde o temprano la vida nos pondrá frente a ello. Y requerirá de nosotros un trabajo de duelo que llevaremos a cabo con mayor o menor fortuna, y de cuyo proceso dependerá que salgamos del asunto germinados y con nuevas fuerzas que emplear en la vida o que nos quedemos yermos y tristes identificados con lo perdido.
Porque saben: “evitar el duelo, negar lo irreversible de nuestra mortalidades es en fin una manera disfrazada de prolongar el dolor”(Luciana Chairo en “No morirás…” el El psicoanalítico.com)
¿cómo empezar a elaborar un duelo?. De eso nos habla el film.
La película trata del duelo. De los primeros momentos del duelo. De esa despedida ritualizada que todas las sociedades y culturas tienen para sus difuntos. Esos ritos, esas pautas, esas costumbres lo que intentan es arropar a lo que quedan del mejor modo posible y dar un último adiós al que se fue mostrándole nuestro respeto.
Todas las ceremonias coinciden en dignificar al finado y en arropar a los que quedan. Se les acompaña a todos en un transito difícil. Al que se va y al que se queda. La ceremonia lo es para los dos. La ritualización pretende contener el dolor de los que se quedan, permitiéndoles asumirlo con su perdida, sabiendo que quedará trabajo por hacer, pero este último encuentro sentará las bases para la realización de un largo duelo posible.
Los duelos son necesarios dado que la vida no puede tener sentido si no vamos elaborando, digiriendo, metabolizando, transformando lo que nos va ocurriendo y aprovechando las energías que las separaciones nos dejan libres. Y las despedidas, las ceremonias de despedida son un encuentro donde se deja marchar al otro. Nos encontramos con él con el dolor que provoca en nosotros que él ya no esté… y le dejamos marchar. Y así hacemos una y otra vez con aquellos aspectos del otro que van surgiendo en nuestro recuerdo, nos encontramos con eso del otro y sin su soporte, y eso duele, y lo dejamos marchar. Al final algo del otro quedará en nosotros como resto y germinará de tal modo que con suerte podamos realizar una creación, que de modo sublimatorio, nos permita situar algo del otro en la vida y en el futuro.
Pues bien, este último encuentro del que habla la película da la posibilidad de transitar por primera vez por los distintos tramos del duelo de un modo reducido: negación, rabia, dolor, recuerdo, aceptación y asunción de la pérdida. Por todos ellos pasará el que presencie la ceremonia, y quedará como modelo a seguir una y otra vez en un trabajo de duelo que requiere un tiempo y que la ceremonia inagura.
Microduelos. Eso es lo que se produce en ese ritual, micro procesos de duelo pasando por todas sus fases, que se convierten en modelo para los siguientes momentos de elaboración. Podemos pensar que el ritual, bien transitado, sirve de modelo para que en el futuro el duelante se vaya despidiendo y desprendiendo del otro dentro de él, hasta que terminado el duelo la vida puja de nuevo con fuerza. Hay una especie de encuentro doloroso y de un “olvidote de mí” que, como trabajo repetido, el ritual ceremonial modeliza.
El ritual persigue exorcizar la angustia y transformarla en dolor y en duelo, busca pasar del miedo a la perdida a la aceptación de la misma, con la transformación de la angustia en dolor. Con la asunción del principio de realidad y su viveza ineludible.
Dejar marchar en paz y quedarse en paz. Esa pequeña formula resumiría todo el largo proceso que comienza en el ritual ceremonial y acaba con la creación sublimatoria de algo vivo.
Podríamos decir que la ceremonia ritual es un lugar/momento heterotópico, de Foucault, un lugar, un momento donde presente pasado y futuro se unen.
Déjenme aquí hacer un pequeño apunte para criticar el nuevo manual de diagnóstico psiquiátrico DSM-V que se está preparando y que incluye lo siguiente: dos semanas de ánimo depresivo, la pérdida de interés en actividades, el insomnio, la pérdida de apetito y los problemas para concentrarse inmediatamente posteriores a la pérdida de un conyugue son tomados por él como las pautas para diagnosticar trastorno mental y medicar en consecuencia… Habrá mayor aberración que esta para señalar como hemos convertido lo normal en patológico. El duelo es un estado normal, su ausencia es lo que debía preocuparnos, no su desarrollo. Algo nos pasa cuando lo normal se vuelve lo patológico. Como decía un personaje del cine español: “Esto es un sindiós”.
Con respecto al humor del que hablaba antes, da cuenta la primera escena que nos prepara para una tragicomedia en su primera parte cercana al teatro japonés de gestos. Del que a veces participamos y otras quedamos situados como a un lado, viendo gestos que no comprendemos muy bien por la diferencia cultural, pero que quizás nos ayudan a tomar distancia de un tema, que si no es tratado con la vitalidad que le da el humor y otros componentes podría resultar algo deprimente. Mi compañero Miguel Ángel Torres presentándonos “El ansia” nos decía el año pasado que la película y el psicoanálisis se ocupan de dos temas “el sexo y la muerte”. En este caso, en esta película, podríamos decir que lo que hace de contrapeso a la muerte es el humor, la delicadeza, un profundo respeto y la belleza de un ritual. Frente a la ausencia que la muerte provoca el encuentro respetuoso, silencioso y cálido. La película se ocupa precisamente de eso, de cómo hacen los individuos y las culturas para no caer en la depresión o en el angustia al enfrentar ese fenómeno universal.
El cine asiático tiene un ritmo mucho más pausado que el nuestro, lleno de simbolismo y es muy metafórico. Y en este caso ese ritmo se nos contagia, siendo la pretensión del director la de que nos identifiquemos con las peripecias del protagonista en la primera parte de la película, para pasar en la segunda parte a descubrir en este ritual de muerte la chispa vital que le faltaba a su propia vida.
Es esta una historia repleta de pequeños momentos, de historias de gente común que transita por aquí como nosotros, lo mejor que puede. Sorprende por lo universal del tema y cómo para todos, independientemente de la cultura, es igual. Habla de la dignidad de la muerte y de la dignidad de la vida. De como en la vida hay dos momentos en los que inexorablemente necesitamos, querámoslo o no, ayuda, uno el momento de nacer, y el otro cuando nos vamos. Y de esa segunda ayuda, de ese sentimiento caluroso que generan la gente cercana que se queda y de su consecución habla la película. Son esos momentos de intimidad que se dan siempre entre varios, dado que lo íntimo es algo que siempre, siempre, se construye con otros, al principio de la vida, con la madre, en la vida misma con los que queremos y al final con los que nos quieren. Momento de intimidad compartida, calida despedida.
La película plantea el momento de la muerte como momento para el perdón y la reconciliación. En momentos así uno quiere dar la mejor despedida para dejarle marchar en paz y quedar en paz.
Hay otra figura en la película en la que vale la pena detenerse: el señor Sasaki representado por el actor Tsutomu Yamasaki, Un actor que recuerda a Gregory Peck, aquel Gregoy Peck de “Matar a un ruiseñor”, le recuerdan haciendo de Atticus, padre ético de aquella niña que nos cuenta “Matar a un ruiseñor”, un G.Peck asiatizado en este caso que hace labores de maestro, enseñando a honrar a los muertos y a sus familias en un momento que siempre esta ligado al dolor y al recogimiento. Siempre con la mayor de las dedicaciones con movimientos elegantes y llenos de ternura. Maestro que se erige como la figura paterna que un día marchó (la deseada y no la real) de la que Daigo, el protagonista, reniega constantemente a pesar de los tiernos recuerdos que persistentes en su memoria.
Otra figura que me recuerda ese maestro de ceremonias de la película es la del Pepe Isbert de “El Verdugo”, ese que le pasa a Nino Manfredi el duro oficio que él tenía, el de verdugo, con la excusa de que en este país no se mata a nadie. Y ahí tienen a Manfredi yendo al cadalso como si el que fueran a ajusticiar fuera él. Así se siente el joven Daigo en algún momento de nuestra película.
Entre dos padres, uno idealizado en ese Gregory Peck y otro menospreciado en ese Pepe Isbert que le engaña a uno y le lleva a lo peor. Y seguramente, como en “Las invasiones bárbaras” no se trata ni del padre ideal, ni del padre denostado, se trata de un hombre como nosotros que hizo lo que pudo.
No, yo no quería hablar de aquella película “Despertares” ¿o sí?. De la película no, pero de lo que si quería hablar seguro, era de eso que la película trata y que escribí al principio, más arriba, y repito ahora: “de un despertar a la conciencia y a la vida, de unas personas aquejadas por un mal que los sume en la incomunicación y en un estado vegetativo lastimoso”.
Quería hablar de un mal que nos aqueja, que nos hace olvidar lo importante y nos convierte en seres vegetativos.
Quería hablar de despertar, de volver a la vida de verdad. De eso habla esta película, del tránsito por un proceso de aceptación de la muerte y de la vida, que nos permita salir de la incomunicación y de un estado vegetativo por no elaborar nuestras pérdidas, un estado que nos puede dejar lastimosamente tristes en lugar de “tristemente” vivos.
En ese sentido mi inconsciente fue más rápido que yo y fallidamente trajo, como en un relámpago, aquello que debía ser fruto de una larga reflexión y que se había producido en mí de modo inconsciente.
Para acabar nombraré una frase de Hamlet: “El resto es silencio”… y añadiría, o no!!. De nosotros depende. De cada uno de nosotros depende que el resto sea silencio mudo o creación sublimatoria que permita que los que se fueron perduren en los que serán.
Nada más, solo terminaré diciendo que creo que no les he contado la película, solo su envoltorio, a lo japonés, dado que si para los occidentales la verdad reside en lo que se descubre, para los japoneses lo más importante es lo que está escondido. Les dejo ya con la película y su historia escondida.
En cualquier caso háganme caso y, como dijo un crítico, preparen los pañuelos.